Madres con la cara impasible, bebés desesperados
El celular y sus infinitas notificaciones nos disputan la
atención en todo momento, también en la crianza y el cuidado de nuestros hijos
A mi lado, en el metro, una madre con
expresión ausente se abisma en la pantalla de su teléfono cedlular. Ha colocado
el coche frente a ella y el bebé se queja y se retuerce como si la silleta
estuviera cubierta de astillas, pero no llega a llorar: protesta. La madre
interacciona con él solamente usando la mano libre, lo mira de reojo de vez en
cuando y hace “ch-ch-ch” con la boca para calmarlo, rutinariamente.
Mi primer pensamiento es que la mujer parece
muy cansada; mi segundo pensamiento es que seguramente tenga mucho trabajo,
emails que atender con urgencia; mi tercer pensamiento es que quizás sólo
necesite distraerse, porque los bebés arramblan con la vida social; mi cuarto
pensamiento es que, si esa mujer supiera
qué es el experimento del doctor Edward Tronick, director de la desarrollo
infantil de Universidad de Harvard, tiraría inmediatamente su móvil a la
papelera y se dedicaría a sonreírle a su bebé.
Les voy a contar en qué consiste ese
experimento y cuáles son sus conclusiones. Pienso que debí interrumpir a esa
desconocida para contárselo, pero no quise molestarla. Escribo este artículo
para desquitarme. Espero que ella pueda leerlo, que alguien se lo envíe a
través de ese teléfono móvil que es, sin que ella lo sepa, el mayor enemigo que
su bebé tiene en este planeta. Espero también que sirva para otros padres.
Es muy habitual presenciar escenas como esta
en las que, en el parque, en el metro o en una cafetería, un recién nacido
protesta mientras el padre o la madre, cansados, con cara de póquer, se dedican
a lo mismo que la mayoría de los transeúntes zombis del siglo XXI: a perderse
en la pantalla. La expresión de una persona que mira el móvil es siempre la
misma: indescifrable. Y el doctor Edward
Tronick investigó precisamente cómo afectan las caras indescifrables en la
psique extremadamente vulnerable de los bebés.
En su experimento, el bebé de un año estaba
sentado en una sillita para bebes, y la madre frente a él, juega. Sonríe, le
habla, lo mima. El bebé reacciona a las expresiones de su madre con regocijo.
Sus neuronas espejo le animan a imitarla. El bebé aprende a sentir a través de
la imitación de los sentimientos de la madre. Cada hora, aprende más cosas que
cualquiera de nosotros en un año de encierro en una biblioteca. Las madres primates
no se dedican a otra cosa que a jugar y mimar a sus bebés. No saben por qué lo
hacen, pero ese instinto de apariencia adorable es una forma sofisticada de
supervivencia de su especie.
Los resultados del experimento de Edward Tornick son
escalofriantes y muy claros
En el experimento del doctor Tronick, se pide
a la madre que interrumpa los juegos y los mimos, se dé la vuelta y, al volver
a encararse con su bebé, mantenga una expresión fría e inalterable, indiferente
a cualquier cosa que ocurra a continuación. Los resultados son escalofriantes y
muy claros. El bebé muestra su confusión
desde los primeros segundos y después utiliza todos sus recursos para llamar la
atención de la madre. Necesita recuperar el apego, pero no se le va a
permitir hacerlo.
Señala cosas (por ejemplo, la cámara que graba
el experimento) intentando recuperar el vínculo con la madre. Cuando esto
falla, empieza a hacer monerías: chilla, ríe, se agita. Dado que la madre sigue
indiferente e inexpresiva, el bebé se asusta. Empieza la danza aterradora del
estrés: se retuerce, sacude la cabeza, hace el molinillo con los brazos como si
hubiera perdido el control de su sistema nervioso. Finalmente se deprime: en
todos los casos, con madres y con padres indiferentes, el bebé entra en un estado
de apatía o de rabieta. Podemos hacer este experimento cualquier día, en el
transporte público, observando a los padres embebidos en sus teléfonos.
No es posible medir el trauma que la indiferencia materna
o paterna puede causar en los bebés
Las investigaciones de los psicoanalistas, tan
denostadas en la actualidad, advirtieron esta relación entre el comportamiento de los padres y la salud
mental futura del bebé; los experimentos de otras corrientes de la
psicología no hacen más que confirmar estas conclusiones, y el experimento de
Tronick nos permite constatarlo con nuestros propios ojos. No es posible medir con exactitud el grado de trauma que puede provocar
la indiferencia materna o paterna en los bebés, pero sí sabemos que los
bebés tienen una necesidad extraordinaria de atención y que esto no significa
solamente que haya que alimentarlos y limpiarlos.
La política, la prensa y el entretenimiento
están cambiando a toda velocidad tras la aparición de la telefonía celular,
pero nada se ha visto tan sustancialmente alterado como la atención. El celular
y sus infinitas notificaciones nos la disputan en todo momento: en la lectura,
en el disfrute de la música, en el sano, creativo y necesario aburrimiento;
también en todas nuestras relaciones sociales, y en particular en la crianza y
el cuidado de nuestros hijos.
No se trata de culpabilizar a un padre o una
madre que se distrae con el móvil y muestra involuntariamente a su bebé la cara
más fría y repulsiva de toda la Creación: se
trata de que seamos conscientes en todo momento de lo que supone para un bebé,
un padre o una madre que no reaccionan a sus legítimos intentos -y recalco
legítimos- de recibir atención.
JUAN SOTO IVARS / El Cfdcl. 2019
Etiquetas: Sociedad
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