Viene con malformación, sus padres optaron por amar
"El bebé viene con
una malformación muy grave. ¿Quieres abortar?", les soltó su ginecólogo en
Madrid. E insistió: “Interrumpid el embarazo, es sencillo, venís mañana y en
media horita está hecho”.
Pablo y Marie, jóvenes
padres noveles en Madrid, esperando su primer bebé, quedaron helados.
Pero no cedieron.
"Comenzamos a ir
a misa más días buscando, supongo, milagros y explicaciones.
Enseguida vimos que no estábamos solos, todo el mundo se volcó por
ayudarnos, y vimos algo de luz en esos momentos tan oscuros. La Clínica
Universidad de Navarra (1) se convirtió en nuestro nuevo hospital. La
razón: muy sencilla, sabíamos que aceptarían nuestra decisión de no
abortar", escriben en su testimonio. Poder ser acogidos en un entorno
provida era muy distinto a luchar contra una cultura médica hostil, que
presiona para matar.
Este el testimonio del
misterio de la vida y de la muerte, que abraza al bebé vulnerable con
amor y lo despide con amor, pero sin matar. Porque, como explica
Pablo, "no es lo mismo morir a manos de la madre (abortando) que morir en
los brazos de la madre".
***
Los brazos de una
madre
Hay momentos en la vida
que no se olvidan. Buenos o malos, estos momentos, nos hacen crecer, aprender y
forjan nuestra forma de ser. En muchas ocasiones ocurren «de repente» y nos
cogen de improviso pero, en otras ocasiones, se ven venir.
Nos casamos hace más de
un año, en concreto el 28 de abril de 2018, y desde el primer momento, quisimos
hacer crecer nuestra familia. A los pocos meses la gran noticia llegó a nuestra
pequeña familia, un bebé estaba en camino. Fecha prevista de parto -17 de junio
de 2019- día en el que nos convertiríamos en padres.
Las semanas comenzaron a
correr y digo correr porque literalmente se nos pasaban volando. La primera vez
que vimos al bebé fue a las 11 semanas y nos impactó, desde el primer segundo,
cuanta vida había en tan poco bebé (4,3cm). Se veían sus piernas,
brazos y su cabecita. El corazón latía a mil por hora. Estaba claro, el
bebé disfrutaba de la vida desde el primer segundo. Todo iba viento en popa.
El tiempo siguió
corriendo al ritmo que la tripa crecía. La vida seguía adelante y ya
esperábamos que llegara la semana 20 para conocer el sexo de nuestro bebé.
Mientras tanto mi mujer, Marie, ya echaba de menos el sushi, el
Mcdonald’s, el fuet, el jamón, el queso brie, el salmón, el vino…, y
mil cosas más que os escribiría, pero se me agotaría el espacio. Viendo lo que
nos venía comencé a ahorrar y no me refiero solamente por el bebé, sino por la
lista de caprichos que tenía mi mujer.
Llegó el gran día,
íbamos a conocer el sexo de nuestro bebé y, como no podía ser de otra manera,
cada uno tenía sus preferencias aunque ambos coincidíamos en que lo más
importante era que el bebé viniera completamente sano.
A los pocos minutos de
comenzar la ecografía supimos que algo no iba bien. El doctor se centró en una
zona concreta demasiado tiempo. La inseguridad se apoderó de nosotros y
lanzamos un pequeño rezo al cielo (en bajito) para que no fuera nada grave. El
doctor, que había estado en silencio sepulcral todo el tiempo, decidió hablar
y dirigiéndose solo a mi mujer, como si yo, el padre, no existiera,
lanzó la bomba. Palabras del ginecólogo: “Marie, el bebé viene con una
malformación muy grave. ¿Quieres abortar?"
No deseo entrar a
valorar el don, tan indiscutible, del tacto con el que formuló esas palabras.
Hasta un burro lo hubiese hecho mejor… Nos quedamos callados, fríos, sin
parpadear, tratando de rebobinar esa escena como si de una película se tratara.
Lo primero que le dije,
tras unos segundos de lapso, aunque al parecer el padre no tiene ni voz
ni voto, es que no queríamos abortar.
Mi mujer, destrozada,
decidió desconectar mientras el doctor, explicaba el problema
reiterando una y otra vez que lo mejor era abortar. “Interrumpid el
embarazo, es sencillo, venís mañana y en media horita está hecho”
Nuestro bebé sufría
de anencefalia lo que significa, en español entendible, que
hay una parte del cráneo que no se ha terminado de formar. Posibilidades
de vivir durante el embarazo, muchas; posibilidad de morir durante el parto, de
un 40% a un 60%; posibilidades de vivir tras el parto suponiendo que nace vivo,
0,00%.
Como es lógico, nada más
salir de la consulta nos pusimos a llorar, por cierto, sin
conocer aún el sexo de nuestro bebé. No aceptamos lo que ocurría, no estábamos
dispuestos a rendirnos de ninguna manera.
Cogimos el coche, necesitábamos
una segunda opinión, quizás hubiera sido solo una pesadilla y
necesitábamos despertarnos. Tres horas más tarde estábamos en Burgos, ciudad en
la que trabaja mi padre como médico donde nos confirmaron la
malformación.
Un día triste, sin
celebraciones ni sonrisas, únicamente… impotencia, por no poder hacer nada, me
ardía la sangre. Lo bonito, saber que era una niña, a la que pusimos el
nombre de Elena.
El tiempo, las semanas
que hasta el momento había pasado volando se volvieron en nuestra contra. Una
incesante cuenta atrás que, cuando terminara, nos convertiría en el matrimonio
más infeliz del mundo.
En esos momentos tan
duros es cuando más me acordé de Dios, y no precisamente para
bien. Sin embargo, nos acercó más a Él y comenzamos a ir a misa más
días buscando, supongo, milagros y explicaciones.
Enseguida vimos que no
estábamos solos, todo el mundo se volcó por ayudarnos, y vimos algo de luz en
esos momentos tan oscuros.
La Clínica Universidad
de Navarra (1) se convirtió en nuestro nuevo hospital. La razón, muy
sencilla, sabíamos que aceptarían nuestra decisión de no abortar. El
primer día de visita, y cansados de hospitales, llegamos, como es normal, sin
pena ni gloria, cansados de escuchar lo mismo una y otra vez.
La doctora, una persona
con una gran sonrisa y que rebosaba vitalidad cambió nuestras vidas. Nos enseñó a ver, ver
que el poco tiempo que íbamos a tener con nuestra hija, podría ser, el
momento más feliz de nuestras vidas.
Me hizo entender que
Elena podría tener una vida larga. ¿Pero, cómo?, me pregunté. "El tiempo…
nadie lo ve, pero todos sabemos que existe. Si en vez medirlo
cronológicamente, lo medimos en amor mira qué vida más larga y plena
va a tener Elena, tu hija".
Elena seguía creciendo y
mi mujer ya comenzaba a estar realmente gorda. La fecha se aproximaba y los
miedos crecían. Dado que Elena no quería dejar a su mamá, y que ya había pasado
la fecha en la que mi mujer salía de cuentas, nos programaron el parto para el
día 20 de junio.
Ingresaron a mi mujer el
día 19 por la tarde, el parto sería largo. Para esos momentos solo habíamos
pedido alguna cosita al Señor, entre otras, que estuvieran nuestras familias al
completo, que pudiera bautizar a Elena y que nos ayudara a llevar con fe lo que
fuera a pasar. Parece sencillo juntar a la familia, pero mi mujer forma
parte de una familia de 6 hermanos (que además viven en Bélgica) y yo de una
familia de 10 hermanos. Juntar a tanta gente en Madrid no es sencillo, pero
como no podía ser de otra manera, Dios nos debía algún que otro favor, así
que la familia estuvo presente al completo desde el día 20 a
primera hora.
Las contracciones
comenzaron sobre las 7:45 de la mañana con ayuda de la oxitocina que los
médicos comenzaron a suministrar a mi mujer. Tras 9 horas de dolores Marie
pidió la epidural. Transcurridas más de 12 horas desde el comienzo la
dilatación no era suficiente, 1 cm. Estaba claro, sería necesario hacer una
cesárea.
En estos casos no dejan
entrar al marido al quirófano por lo que pedí a la doctora que bautizara a
Elena nada más nacer. Con la sonrisa que le distingue me miró y me dijo. ”Pablo,
tú vas a entrar al quirófano y la bautizarás tú mismo”. Dicho esto a
las 20:20 entré junto a mi mujer al quirófano y a las 20:40 Elena nació. No os
engañaré, Elena era guapísima, y de la felicidad, se me olvidó
bautizarla. Durante unos minutos, me quedé mirándola con una gran
sonrisa, hasta que me acordé de que tenía que bautizarla. La bauticé
dos veces por si Dios no me había escuchado del todo bien.
Mi mujer, mientras
tanto, seguía en plena operación, por lo que me senté a su lado. En cuanto
vio a Elena se le quitaron todos los miedos, y la felicidad le invadió. A
partir de ese momento, los médicos trabajaron con más presión aún, ya que Marie
no dejaba de decir que quería terminar para coger a Elena.
Las siguientes horas
fueron las mejores de nuestra vida. Todo el sufrimiento había valido la pena por ver a
Elena, por darle nuestro amor, y por presentársela a toda nuestra familia.
Tras dos horas y once
minutos Elena murió en brazos de su madre sintiéndose querida y
habiendo llegado a muchos más corazones de los que se pudiera imaginar.
La vida siempre se
merece una oportunidad. Volveríamos a vivir todo solo por ver a Elena un
segundo más. No es lo mismo morir a manos de la madre (abortando) que morir en
los brazos de la madre. De verdad, vale la pena sufrir por lo que
quieres.
Por supuesto mi mujer
tuvo el sushi que tanto deseó y ya vuelve a beber…
Como dice mi hermana pequeña: "Soy la
única de mi clase que es tía de una santa" a lo que añado "no hay más
orgullo que tener una hija santa".
Jóvenes Católicos / ReL. 2019
(1)
Clínica Universidad de Navarra en
Madrid está ubicada en el nuevo campus urbano de la Universidad de Navarra en
Madrid, situado en el este de la capital, en el kilómetro 7 de la A2, entre la
Avenida América-A2, el Puente Felipe Juvara y la calle del Marquesado de Santa
Marta. https://www.cun.es/sede-madrid
Etiquetas: Aborto
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