Un periodista homosexual, Chadwick Moore, lamenta los espectáculos callejeros que ofrece el lobby LGBT como acaparador del Orgullo Gay.
Respecto a los festejos en Nueva York, epicentro del
Orgullo Gay en todo el mundo: “Piense en ello como las Olimpiadas de la droga,
el alcoholismo, la fornicación pública, las orgías colectivas y los traseros
peludos expuestos en la cara de los niños”.
Moore es un reconocido periodista homosexual
residente en la Gran Manzana –aunque natural de Tennessee–, colaborador, entre
otros, del Playboy, el The New York Times, Breibart News y el Spectator. Es en
este último medio donde, bajo el provocador título “En este Orgullo celebremos
la vergüenza”, publicó un artículo el 17 de junio donde hacía esas afirmaciones
y, entre otras cosas, explicaba la verdad sobre el mito fundacional de dicha
celebración: la redada del 28 de junio de 1969 en el Stonewall, un garito gay,
lo cual desató la oleada de protestas que se considera fundacional del
movimiento reivindicativo homosexualista.
La verdad sobre el Stonewall
En vez de disculparse por aquella intervención
policial, como ha hecho el jefe de la Policía neoyorquina, James P. O’Neill,
Moore propone una disculpa distinta: “Lo sentimos. Solamente estábamos haciendo
nuestro trabajo. No podíamos saber que un control rutinario hace cincuenta años
en un negocio ilegal desataría en todo el mundo durante los siguientes
cincuenta años el horror de las manifestaciones del Orgullo”.
Afirma Moore que todos los garitos gay de
Nueva York eran de la Mafia: “En 1966, el Gordo Tony Lauria, de la familia
Genovese del crimen organizado, compró el Stonewall, entonces un modesto
restaurante familiar, y lo convirtió en un repugnante antro para gays. Los
servicios se atascaban continuamente. No había salidas de incendio ni jabón
para lavar los vasos. Las bebidas alcohólicas se aguaban y se robaban. Los
empleados hacían de proxenetas y se dedicaban a chantajear a los clientes con
la amenaza de ‘sacarlos del armario’”.
Los controles en este tipo de locales eran
habituales, pero la corrupción policial era grande y, o bien avisaban antes, o
bien se hacían por la tarde, con los antros vacíos. Fuese lo que fuese lo que
determinase hacer aquella redada aquella noche, “lo que está claro es que no se
hizo en Stonewall solamente porque allí se citasen los gays”.
En cuanto homosexual, Moore se felicita (“es
algo maravilloso”) de que, como resultado de aquellas revueltas, desaparecieran
las “leyes que criminalizaban la homosexualidad”. Pero denuncia las numerosas mentiras que rodean la
mitología en torno a aquellos hechos. Ni el lugar declarado “patrimonio
histórico nacional” por Barack Obama se ubica donde el antiguo Stonewall, ni la
rebelión de 1969 fue iniciada por “dos transexuales negras”, como difunde ahora
el lobby LGBT.
“Actualmente, las lesbianas y los marxistas
dirigen el movimiento de los derechos de los gays y han levantado el gigantesco
Complejo Industrial LGBT”, denuncia Moore, y como el transgenerismo (“que en
1969 no existía ni como palabra”) es la nueva bandera de culto, han convertido
a Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera en ídolos y han conseguido que Nueva York
aprueba que se les construya un monumento junto al Stonewall.
Pero no eran transgénero: “Se identificaban
como travestis, hombres que se visten de mujer, lo contrario de hombres que
creen que son mujeres”. Además, “Rivera estaba a treinta manzanas de distancia,
sin conocimiento a consecuencia de la heroína, cuando se desarrollaron los
disturbios, y Johnson admitió en entrevistas que no estaba allí cuando
comenzaron”. Aunque la propaganda del World Pride 2019 muestra otra cosa
(incluso mujeres musulmanas con hijab), dice Moore, “el movimiento por los derechos
de los gays fue fundado por hombres gays, blancos casi en su totalidad”.
En su opinión, ahora el movimiento se ha
rendido a "demócratas, grandes empresas, marxistas e identitarios
raciales”: “No hay nada de que enorgullecerse en el hecho de que el poderoso
lobby LGBT tenga tan bajo concepto de su propia gente que base todos sus logros políticos en mentiras y desinformación”.
Y si antes consideraban sus iconos a Oscar
Wilde, Quentin Crisp y Freddie Mercury, “hoy nos contentamos con imágenes 3D
asexuadas de Pete Buttigieg, drag-queens contando cuentos en escuelas
infantiles, ‘niños transgénero’ químicamente castrados y toda una generación de
niñatos privilegiados adictos a las fantasías porno de dominación boicoteando
sándwiches de pollo [alusión al boicot a “Chick-fil-A”] llevando ante el
Tribunal Supremo a pasteleros ancianos”.
“No hay nada en ello por lo que sentirse
orgulloso”, sentencia: “Cuando veas hacer el pato por la calle a viejos
desnudos con cueros y anillos en los pezones y los testículos golpeando las
rodillas, o monstruos drag de tercera categoría enseñando sus traseros a masas
de niños, recuerda que estos no son comportamientos de personas honorables, ni
siquiera rebeldes. Todos los saben, pero nadie se atreve a decirlo”.
El orgullo y la vergüenza
Luego hace una sórdida descripción del
despertar (con una “profunda y oscura vergüenza”) a la mañana siguiente del
Pride: “Todos hemos estado ahí, es parte de la experiencia del Orgullo”. Y tras
citar al psicólogo Joseph Burgo cuando dijo que la cultura estadounidense a lo largo de lo últimos cien años había sido
una rebelión contra la vergüenza, en particular en lo relacionado con el sexo,
Moore añade: “Cuanto más la gente la ha abandonado, más infeliz se ha hecho”.
“Si alguien le dijese esto al Gran Negocio Gay
durante estas vulgares orgías del Orgullo, que buscan más impactar y ofender
que celebrar”, dice, la comunidad gay sería mejor apreciada: “Y tal vez también
muchos de nosotros seríamos personas más felices y más estables”.
Carmelo López-Arias / ReL 2019
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Etiquetas: Homosexualidad
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