jueves, 20 de abril de 2017

Sola contra el genocidio de los no nacidos


Mary tiene 42 años, es canadiense,  y desde que se convirtió cuando tenía 19, no se ha limitado a denunciar el crimen del aborto y a rezar, sino que desde entonces ha aceptado tomar el mal sobre sí misma, renunciando a todo con tal de intentar reparar el genocidio silencioso más sangriento y longevo de toda la historia de la humanidad. En 1993, durante la Jornada Mundial de la Juventud de Denver,  se estremeció oyendo a Juan Pablo II tronar contra el aborto y la eutanasia, y pidiendo a los jóvenes “salir a la calle y en los lugares públicos como los primeros apóstoles”. Mary sentió que ese llamamiento le afectaba personalmente. En un primer momento, pensó que estaba llamada a sacrificarse para reparar los crímenes del aborto a través de una vida contemplativa. Pero la oración la llevó a comprender que su misión era la de dar voz a los que no la tienen, a los más pobres entre todos los pobres, a los niños asesinatos en los vientres de sus propias madres.

A partir de ese momento, Mary ha llevado adelante una santa y solitaria “lucha” por la vida, sola e incomprendida hasta por los mismos ambientes eclesiásticos. Armada de oración, de medallas de la Milagrosa y de rosas blancas, esta mujer agraciada y humilde se planta ante los abortorios, esos nuevos campos de concentración legales, rezando por los no-nacidos que allí se exterminan y ofreciendo, con una flor, una alternativa a las madres que están a punto de matar a sus propios hijos. El guión tiene casi siempre el mismo final: los dueños del abortorio llaman a la policía y ésta, aplicando las leyes genocidas de los países supuestamente “avanzados”, la arresta y la lleva a la cárcel, donde pasa normalmente varios meses. En la cárcel, Mary continua su misión y gracias a ella muchas presas se reconcilian con Dios y vuelven a rezar, sobre todo por los niños asesinados y por sus madres.

Intrigado por la radicalidad de la misión de esta nueva “Juana de Arco” de la vida, el arzobispo de Bombay, Oswald Gracias, fue a la cárcel para encontrarla y salió con la certeza de que Mary tiene una misión, que la suya no es una batalla quijotesca contra unos molinos de viento, sino que es Dios quien la llama a ofrecer un testimonio escandaloso sobre la santidad de la vida humana. Según el capellán de una de las cárceles en las que estuvo, Paul Hrynczyszyn,  Mary es una “santa”, incluso porque ayuda a muchas mujeres a volver a la fe.

Desde luego no podemos afirmar que sea una santa, esto sólo lo sabe Dios, pero sí que podemos vislumbrar en su entrega y en sus acciones justamente ese radical, y por lo tanto escandaloso, seguimiento de Cristo que ha  caracterizado, de una manera u otra, a todos los santos. Por todo ello, Mary es un enigma, hasta para los activistas Provida, acostumbrados a tejer estrategias políticas y a optar muy a menudo por el “mal menor”. Mary siempre les ha contestado diciendo: “tenemos que hacer todo por Cristo”. Hace tiempo, escribió en una carta desde la cárcel que la única razón para movilizarse es “Cristo escondido en las dolorosas facciones de los pobres, tan pobres que no conseguimos ni verlos ni oírlos.”

Tras su última detención, Mary (1) ha pasado también la reciente Navidad entre rejas, aparece visiblemente desmejorada. De hecho, en el vídeo del arresto, el rostro de Mary demuestra todo su padecimiento. El comentario más bello ha sido el de una amiga suya, la hermana Immolatia, de una fraternidad de misioneras que cuidan de los sintechos y de los presos: “Mi respuesta a las expresiones de sufrimiento en el momento del arresto es que el amor radical y subversivo que Mary está viviendo, el sacrificio personal y las privaciones son necesarios.” Es cierto: las almas tienen siempre un precio.

Mary Wagner es una testigo, permanente e incómoda, de cómo los corazones de esta generación se han endurecido hasta el punto de rechazar el Evangelio de la Vida y dar muerte a la “carne de nuestra carne” en las mismas entrañas maternas. El dolor ante tanta maldad es como una espada que hiere, cada vez, el alma de Mary. No faltan voces indignadas frente a esta injusticia que clama al cielo. Pero, como dice Sor Immolatia, la única respuesta adecuada, en la estela de Nuestro Señor Jesucristo, podría ser ésta: “No lloréis por mí, no os quejéis por mi detención. Llorad más bien por estos pequeños, nuestros hermanos y hermanas, estos Santos Inocentes que son masacrados, hechos pedazos, cuyos débiles gritos nadie oye, y cuyos cuerpos desmembrados y ensangrentados son tirados a la basura o tratados como materiales de investigación o reciclaje.

Con todo, no debemos reducir su sacrificio personal al hecho de pasar de una cárcel a otra, porque aunque Mary viva gran parte de su vida entre rejas, es más libre que todos nosotros. Rechazando obedecer leyes injustas, Mary ha enraizado su libertad en Dios y se ha convertido en una prisionera de amor, en una testigo de la santidad de la vida, junto con los no-nacidos indefensos y sin voz y junto también a sus madres. Mary es libre, en el verdadero sentido de la palabra. Las verdaderas prisioneras del pecado y del mal son aquellos hombres y mujeres que piensan afirmar su libertad sobre la sangre de sus propios hijos. A ellas, Mary ofrece una rosa blanca, una medalla de la Virgen y unas palabras de ayuda y salvación. 
¡Ojalá cada vez más mujeres cojan esa rosa y acepten esas palabras! 
Entonces encontrarán la única libertad que vale, la de los hijos de Dios, y serán alcanzadas por la sola paz que apacigua las almas: la paz de Jesucristo.

María Teresa Moretti / AlF, 2017
  1. http://www.marciaperlavita.it/articoli/il-natale-in-carcere-di-mary-la-pulzella-della-vita/ 

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