martes, 11 de abril de 2017

Dimorfismo sexual y pensamiento histérico


Lo característico de la sexualidad es la división entre individuos en dos sexos, cada uno con una tarea reproductiva distinta y complementaria. Por qué es así en todos los animales superiores (y en insectos, aves, plantas...) resulta un tanto misterioso, así como la gran variedad de conductas sexuales, a veces acompañadas de muerte. La diferencia no se limita a los órganos genitales, sino que  tiene un alcance incomparablemente mayor. Esto es también misterioso, pues no parece haber razón discernible para que ambos sexos no fueran idénticos excepto en los órganos sexuales, pero la complementariedad reproductiva  se refleja también  en un dimorfismo sexual más o menos intenso, es decir, cada sexo tiene rasgos físicos diferentes no limitados a sus órganos  reproductores.

     Este dimorfismo se halla especialmente acentuado en el ser humano, probablemente más que en cualquier otro mamífero, y no solo en el tamaño sino, más aún en las formas corporales.  Así, es difícil distinguir a simple vista, sin mirar los órganos sexuales, a un perro de una perra, un conejo de una coneja, un caballo de una yegua, incluso un mono de una mona, etc. ; pero en el ser humano la diferencia salta inmediatamente a la vista en las formas, la voz, la suavidad del rostro, etc.   Y en lo no visible, diferencias también fuertes se  presentan en el cerebro, hasta las misma células.   El cuerpo masculino, más musculado,  parece diseñado  para el esfuerzo y la lucha, y su psicología acorde con ello; sus órganos sexuales son exteriores, mientras que los femeninos son interiores y moldean el conjunto del cuerpo,  orientado claramente hacia la maternidad. Ambos sexos se sienten normalmente contentos de sus peculiadirdades y encuentran en estas diferencias un fuerte motivo de atracción, de modo que aquellos individuos con una feminidad o masculinidad físicas poco acentuadas resultan generalmente menos atractivos para el sexo opuesto.

     Por otra parte, normalmente varones y mujeres tienden a reforzar  aún más el dimorfismo por medios culturales como los adornos, maquillajes o el atuendo, que en la mujer suele tener un carácter más obviamente sexual y en el varón más profesional, por así decir.  Estas son tendencias muy intensas, y basta notar cómo desde los tiempos más remotos, los adornos femeninos han constituido una industria importante y objeto de comercio en todas las culturas.  A menudo se insiste en que, fuera del dimorfismo puramente físico, las demás diferencias son culturales, en el sentido de que son arbitrarias y podrían cambiarse radicalmente. Sin embargo lo “cultural” es precisamente lo propiamente humano y,  aunque admita muchas variantes, nunca son en lo esencial arbitrarias y siempre tienen una base biológica, vulnerar la cual resulta peligroso. Cabría hacer una analogía con el cuerpo humano, capaz de realizar, si se entrena, los movimientos y piruetas más complicados, como vemos en ciertos deportes, bailes y acrobacias; pero si esos movimientos no se adaptan a la estructura del cuerpo, causan lesiones graves.

    Las diferencias  no se limitan, desde luego, a lo físico. En el ser humano son muy agudas en el terreno psíquico y temperamental, como es fácil comprobar. Por ejemplo, existen géneros artísticos casi exclusivamente femeninos como las novelas rosa, las películas “de llorar”, las publicaciones “de cotilleo”, etc., que a la mayoría de los varones les resultan indiferentes. En cambio la pornografía, que tanta atención suscita entre los varones, atrae muy poco a las mujeres, pese a las constantes presiones actuales por crear ahí otra “igualdad” ficticia. El amor es bastante más importante para las mujeres, cuyo lenguaje habitual está lleno de expresiones cariñosas (“cariño”, “corazón”, “tesoro”, “vida”, "cielo", etc.) un tanto extrañas a los varones. Así como el peligro de los hombres es la brutalidad, el de las mujeres es la cursilería (acabo de volver a ver la película “Coge el dinero y corre”, donde se expresan bien estas diferencias básicas de actitud). Estos son solo algunos pequeños ejemplos, pues el tema podría extenderse mucho. Y no se trata de invenciones “culturales” en el sentido de arbitrariasm que suele dárseles actualmente, pues se presentan clarísimamente en la infancia más infantil, como puede observarse en cualquier colegio o guardería.

     El cuerpo y la psicología femeninas tienen relación intensa con la maternidad, el aspecto más importante de la reproducción, es decir, de la supervivencia de la especie. También la maternidad en el ser humano difiere profundamente de la de los animales, en los cuales su función acaba pronto con el amamantamiento. El ser humano madura muy lentamente, y para valerse por sí mismo exige, salvo condiciones anormales, al menos quince años, incluso dieciocho (en la actualidad muchos se quejan de que llega a los treinta). Durante este período es la madre el principal elemento educador, y en todas las sociedades la madre es el centro y principal encargada del hogar, aunque la autoridad fnal recaiga sobre el padre. Dado que el embarazo y la cría de los hijos, en especial cuando son pequeños, implica una indefensión profunda –aunque no invencible si la sociedad ayuda de algún modo--, el varón aparece como la defensa exterior del hogar. Y así lo consideran de modo casi instintivo la mujer y el propio hombre. Este, por lo común, muestra menos interés en el hogar mismo y la crianza de los hijos, su conducta se orienta más hacia el exterior, y sus valores difieren también considerablemente. De la función maternal derivan sin duda otras características psicológicas como la delicadeza, gracia, ternura, generosidad, tensión amorosa, compasión o empatía, claramente más pronunciadas en la mujer que en el hombre.

    El hecho de que la actividad sexual no tenga en la mayoría de los casos una intención reproductora no anula lo anterior, sino que lo confirma. Por alguna razón,  doña Naturaleza ha hecho con la sexualidad un derroche de energías muy poco económico. Así, los órganos masculinos no producen un solo espermatozoide para fundirse con el óvulo, sino millones de ellos, aunque solo uno logre su objeto y los demás se pierdan. De los encuentros sexuales con intención reproductora, solo alguno lo logra, y la pareja no sabe normalmente cuál ha sido.  Además, la naturaleza -- llamémosla así, aun cuando no sepamos qué quiere decir la palabra exactamente-- ha rodeado el acto sexual de un “aparato de placer” aparentemente no funcional, que impulsa a él a la gente, de modo que muy a menudo produce el embarazo, incluso involuntario o peor aún, indeseado. La necesidad de la especie obra así a través de los individuos, por encima de los designios conscientes de estos. El impulso de la especie a reproducirse es misterioso en dos sentidos: por su tenacidad y complicados recursos, y por el empeño mismo. En todas las especies se trata de un impulso imperioso, tenga éxito o no, a mantenerse en el mundo.

    En la actualidad se extiende por el mundo una ideología evidentemente perturbada, que pretende llevar la igualdad, más allá de la igualdad ante la ley, a todos los terrenos., destruyendo la coplementariedad.  Para ello ejerce una presión psicológica y política tremenda, de tipo totalitario,  tratando  de presentar como normales las taras o defectos en la sexualidad (que se producen en todas las funciones humanas), al mismo tiempo que persigue y desacredita la maternidad  como un mal y el aborto como un derecho (los derechos deben ser practicados); un derecho de la madre al margen del padre, como si este no tuviera la menor relación. Algunas corrientes ideológicas consideran al ser humano como un cáncer de la naturaleza, perturbador de la buena ecología. Y no faltan ya quienes propugnan  la extinción indolora de la especie humana mediante un pacto de renuncia a los hijos. Algo técnicamente posible mediante la esterilización masiva de las mujeres o de los hombres, por ejemplo. Un tipo de pensamiento claramente histérico, que intenta imponerse por medios asimismo histéricos (como inventando "delitos de odio", con la pretensión de penalizar hasta los sentimientos). Pues aquí entramos en el terreno típicamente humano de la moral y el “pecado original” que lo ha conformado, alejándolo del instinto. Según el mito cristiano, Dios ha dado al hombre libre albedrío, que podría llevarlo incluso a la autoextinción por una vía o por otra.


   Unas palabras de Doris Lessing al respecto: “Es una de las cosas que recriminé al movimiento feminista. Ellas trataban a las mujeres que decidían tener hijos como si fueran ciudadanas de segunda clase (...) Aunque puede que se le haya escapado un detalle: que las mujeres no parecen tener gran prisa por meterse en política, o en la gran empresa. Me pregunto por qué (…) El banco Natwest tenía un proyecto para promocionar a las mujeres dentro del propio banco y descubrió que solo le interesaba a una parte muy pequeña de las empleadas. Les brindaron cursillos especiales y cosas por el estilo, pero, en general, las mujeres no querían competir. En cambio, lo que sí deseaban era casarse y tener familia (…) a excepción de una minoría. Y aquello me resultó sumamente interesante porque, a pesar de tanto movimiento feminista, esto es todavía lo que parece que la mayoría de las mujeres quiere. Y no veo por qué no (…) Me parece que no es justo que reciban críticas por pensar así (...) Que yo sepa, a Simone de Beauvoir nunca le gustó ser mujer. No le gustaba serlo y siempre se estaba quejando de ello. A mí no me parece nada terrible. Tiene sus ventajas. Y de todas maneras, ¿qué puedes hacer? Lo que me asombra es que noto cierto tono de queja en lo que dice. ¿A quién dirigía sus quejas? ¿A la naturaleza?”

Pio Moa / Gta. 2017

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