lunes, 31 de enero de 2022

Sobre hijos, mascotas y crisis civilizatoria

 

Sobre hijos, mascotas y crisis civilizatoria

Advertencias del papa Francisco y J. R. R. Tolkien

Horacio Biord Castillo:

 

El papa Francisco, mediante la carta apostólica Patris corde (Corazón de padre), estableció que 2021se dedicara como año litúrgico a san José para conmemorar el sesquicentenario de su declaración de patrono de la Iglesia católica. Esa declaratoria papal fue hecha por el hoy beato Pío IX el 8 de diciembre de 1870 en el decreto Quemadmodum Deus (Así como Dios). De allí que Francisco propusiera que dicho año litúrgico josefino comenzara el 8 de diciembre de 2020, cuando el mundo estaba inmerso en la pandemia del coronavirus causante del Covid 19 que ha generado tanto dolor y desasosiego y ha sido ocasión para invocar la solidaridad y la unión de la familia.

Coincidía un aniversario tan señalado con una preocupante situación sanitaria en todo el mundo, aunada a grandes inequidades, injusticias, persecuciones y situaciones de discriminación. De allí la importancia de recordar e invocar como protector e intercesor a san José, un sencillo y devoto carpintero, esposo de la Virgen María, padre putativo de Jesús y modelo sublime de vida cristiana y aceptación de la voluntad divina, aun en contra de las convenciones sociales. La Iglesia católica lo propone como prototipo de padre de familia, hombre de profunda fe y ejemplo de paternidad responsable.

Clausurado el año jubilar dedicado a san José, ya en la víspera de la Epifanía y fiesta de la adoración de los Reyes Magos, el 5 de enero de 2022 el Papa, hablando a unos peregrinos, recordó la figura paternal de san José y exhortó a las parejas a asumir los roles de la paternidad y la maternidad responsables. Francisco hizo una acotación que, sin embargo, causó un gran revuelo porque probablemente fue entendida de manera descontextualizada cuando en verdad aludía a lo que llamó “invierno demográfico”.

El Papa, como parte de una reflexión más amplia sobre la paternidad y la maternidad, señaló que muchas parejas preferían criar y cuidar mascotas antes que tener hijos. Aunque resulte extenso, es mejor citar las palabras de Francisco:

 

“vivimos en una época de notoria orfandad. Es curioso: nuestra vida es un poco huérfana, y se siente, esta orfandad. Que la figura de San José nos ayude a entender cómo se resuelve el sentido de orfandad que hoy nos hace tanto daño.

No basta con traer al mundo a un hijo para decir que se es padre o madre. «Nadie nace padre, sino que se hace. Y no se hace sólo por traer un hijo al mundo, sino por hacerse cargo de él responsablemente. Todas las veces que alguien asume la responsabilidad de la vida de otro, en cierto sentido ejercita la paternidad respecto a él» (Carta ap. Patris corde). Pienso de modo particular en todos aquellos que se abren a acoger la vida a través de la vía de la adopción, que es una actitud tan generosa y hermosa. José nos muestra que este tipo de vínculo no es secundario, no es un expediente. Este tipo de elección está entre las formas más altas de amor y de paternidad y maternidad. ¡Cuántos niños en el mundo esperan que alguien cuide de ellos! Y cuántos cónyuges desean ser padres y madres y no lo consiguen por motivos biológicos; o, incluso teniendo ya hijos, quieren compartir el afecto familiar con quien no lo tiene. No hay que tener miedo de elegir la vía de la adopción, de asumir el “riesgo” de la acogida. Y hoy con la orfandad también hay un cierto egoísmo. El otro día, hablaba sobre el invierno demográfico que hay hoy: la gente no quiere tener hijos, o solamente uno y nada más. Y muchas parejas no tienen hijos porque no quieren o tienen solamente uno porque no quieren otros, pero tienen dos perros, dos gatos… Sí, perros y gatos ocupan el lugar de los hijos. Sí, hace reír, lo entiendo, pero es la realidad. Y este hecho de renegar de la paternidad y la maternidad nos rebaja, nos quita humanidad. Y así la civilización se vuelve más vieja y sin humanidad, porque se pierde la riqueza de la paternidad y de la maternidad. Y sufre la Patria, que no tiene hijos y -como decía uno de manera un poco humorística- “y ahora que no hay hijos, ¿quién pagará los impuestos para mi pensión? ¿Quién se hará cargo de mí?”: reía, pero es la verdad. Yo pregunto a San José la gracia de despertar las conciencias y pensar en esto: en tener hijos. La paternidad y la maternidad son la plenitud de la vida de una persona. Pensad en esto. Es cierto, está la paternidad espiritual para quien se consagra a Dios y la maternidad espiritual; pero quien vive en el mundo y se casa, debe pensar en tener hijos, en dar la vida, porque serán ellos los que les cerrarán los ojos, los que pensarán en su futuro. Y también, si no podéis tener hijos, pensad en la adopción. Es un riesgo, sí: tener un hijo siempre es un riesgo, tanto si es natural como si es por adopción. Pero es más arriesgado no tenerlos. Más arriesgado es negar la paternidad, negar la maternidad, tanto la real como la espiritual. A un hombre y una mujer que voluntariamente no desarrollan el sentido de la paternidad y de la maternidad, les falta algo principal, importante. Pensad en esto, por favor”. (https://www.osservatoreromano.va/es/news/2022-01/spa-001/sin-hijos-la-civilizacion-se-vuelve-mas-vieja-y-pierde-humanidad.html)

 

La reacción no se hizo esperar y muchos sectores argumentaron que el Papa criticaba la cría de mascotas. Sin embargo, me parece que esas declaraciones deben ser entendidas desde otras perspectivas. La primera de ella es el propio pensamiento del papa Francisco, quien escogió el nombre del gran santo de Asís, en recuerdo de la vida sencilla y la preocupación por la pobreza, sin que podamos olvidar el amor franciscano por los animales y la naturaleza. En diversos textos, pero especialmente en su encíclica Laudato si de inspiración y resonancia franciscanas, el papa ha reivindicado la importancia del entorno natural, la ecología, el cuidado del planeta y sus ecosistemas, la preocupación ante el cambio climático, el uso intensivo, desaforado convencional e irrespetuoso del entorno biológico, de los recursos tanto bióticos como abióticos. Adicionalmente ha insistido en la necesidad de entender, atender y apoyar, en el más amplio sentido, a las periferias, no solo geográficas sino también humanas.

No en balde, dentro de esas líneas de pensamiento, el Papa convocó un sínodo para los obispos de la región panamazónica con la intención de reflexionar para adecuar y hacer más eficaz y asertivo el trabajo apostólico de la Iglesia católica en la vasta cuenca del Amazonas. Esa región está habitada por poblaciones locales, en su mayoría indígenas, pero también por colonos, y grandes ciudades, como resultado de un fenómeno acelerado de urbanización de la Amazonia. Dichas poblaciones locales guardan modos de vida respetuosos del entorno y poseen conocimientos tradicionales asociados al manejo de la biodiversidad. Rastreando otros escritos del Papa, se podrían encontrar también argumentos a favor de esta reiterada posición “ambientalista”, “ecologista” y radicalmente humanista.

Otra perspectiva interpretativa se deriva de las ideas expresadas por los anteriores pontífices sobre el respeto a la naturaleza, el ecumenismo, la paz, el entendimiento de países y naciones y el acercamiento entre los seres humanos en su conjunto y de grupos particulares. Todo ello configura un magisterio que, más allá del ámbito de los creyentes católicos, ofrece a la humanidad reflexiones nada deleznables para pensar el futuro y fomentar valores de convivencia, fraternidad y colaboración.

Fuera de esta perspectiva cristiana o eclesiástica, se debe considerar la relativa a la creciente evidencia de una crisis civilizatoria en Occidente. Parte fundamental de esta crisis civilizatoria está relacionada, desde varias décadas atrás, con una disminución alarmante de las tasas de natalidad. Esta caída o “invierno” demográfico ha llevado a varios países europeos, en el pasado reciente y en el presente, a experimentar o un estancamiento de su población o incluso un decrecimiento, real o potencial y tendencial. Este fenómeno, que entre otras consecuencias implica el envejecimiento de la población y la necesidad de previsiones y políticas sociales especiales, solo ha sido paliado en parte por la llegada a Europa de inmigrantes subsaharianos, del Oriente medio y latinoamericanos. Al contrario de los europeos, estos grupos sociales suelen tener un mayor número de hijos, al menos en las primeras generaciones, detalle que no se debería obviar.

Considerado el contraste reproductivo que ocurre entre europeos originarios e inmigrantes como un fenómeno étnico y cultural, muchos de esos migrantes (en especial, los de origen árabe y los subsaharianos) son portadores de otras tradiciones culturales y religiosas que se basan en matrices culturales y horizontes civilizatorios distintos a los de Occidente, ya sea de manera radical o parcial. Este último es el caso de los latinoamericanos, quienes pueden o deben ser considerados como parte de una periferia de Occidente. El uso del término “periferia” no se hace con una intención peyorativa, sino descriptiva para indicar que es un occidente sincrético, fuertemente sincrético.

Volviendo a las palabras del Papa, su advertencia sobre la paternidad y la maternidad y la cría de mascotas debe interpretarse desde dos puntos de vista. El primero de ellos es moral. No hay nada malo en criar mascotas, pero la cría de mascotas, aunque incluso pueda en algunos casos individuales justificados sustituir la descendencia, debería ser complementaria al hecho social de tener hijos.

El otro punto de vista es cultural. Más allá de las absolutamente respetables decisiones individuales, de las situaciones particulares, el desinterés colectivo por tener descendencia demuestra un cansancio social alarmante, una frustración cultural y, en último término, civilizatoria. La caída demográfica debe ser también entendida desde un punto de vista cultural. La reducción drástica de las tasas de natalidad, o sea la disminución o ralentización de la reproducción física o biológica, impone límites, severos límites, a la reproducción cultural. Una Europa mayoritariamente no cristiana pudiera ser tal vez, ya en el siglo siguiente, evidencia de un cambio sociocultural importante.

Por una supuesta o extraña coincidencia, mientras ponderaba las reacciones a las declaraciones del papa Francisco releía un hermoso y seminal ensayo de J. R. R. Tolkien, el gran autor inglés, escrito en 1947, titulado “Sobre los cuentos de hadas”. Para mi sorpresa encontré una frase que, sin duda, se orienta en la misma línea el pensamiento del Papa, a pesar de las siete décadas y media que las separan y paradójicamente acercan.

Dice Tolkien: “No las historias de centauros, hombres lobos y osos encantados, sino la hipótesis paréntesis (o suposiciones dogmáticas) de escritores científicos que clasifican al hombre no sólo como animal (esta vieja clasificación), sino como «únicamente animal». Se ha producido, en consecuencia, una distorsión de la apreciación. El afecto natural por los animales en los hombres no del todo corrompidos y el deseo humano de «identificarse» con los seres vivientes se ha salido de sus cauces. Hoy encontramos hombres que aman más a los animales que a sus semejantes; que sienten tanta compasión por las ovejas que llaman lobo al pastor; que hacen duelo por un corcel despanzurrado y vilipendian a los soldados muertos. Es ahora y no en los tiempos en que nacieron los cuentos de hadas cuando apreciamos una «carencia de este sentido de diferenciación».” (Tolkien, J. R. R. 2019. Cuentos desde el reino peligroso. Bogotá: Minotauro (Biblioteca J. R. R. Tolkien) (4ª reimp.), pág. 344, nota G).

El reemplazo indiscriminado de hijos, biológicos o adoptivos, por la cría a veces desesperada de mascotas, en una legítima búsqueda de encontrar, canalizar y hasta sustituir muchas veces por razones justificadas afectos y sentimientos, evidencia una especie de malestar civilizatorio de incalculables consecuencias. Ya estamos inmersos en una crisis sociocultural y civilizatoria de la que probablemente no podremos escaparnos, pero que la mayoría de nosotros no alcanzará a ver consolidada sino que acaso apenas podamos presenciar, intuyéndolos sobre todo, sus prolegómenos.

Las palabras del Papa y de Tolkien, quien sintió lacerante el avance destructor de los modos de vida de la sociedad industrial, son parte del diagnóstico de esa crisis que cada día parece extenderse más.

 

 

Horacio Biord Castillo

 

Escritor, investigador y profesor universitario

 

Contacto y comentarios: hbiordrcl@gmail.com

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