sábado, 29 de enero de 2022

Aborto, dolor y esperanza

 


Aborto, dolor y esperanza

Mons. Luis G.Cabrera,

Arzobispo de Cuenca, Ecuador

En esta oportunidad, queremos dirigirnos a todas las personas que, de una u otra manera, se

vieron involucradas en un aborto. De antemano, les decimos que no tenemos ninguna palabra de

rechazo y condena, sino tan solo de comprensión y esperanza.

Por lo general, en un aborto provocado participan al menos ocho personas. Entre ellas, están la

madre, el padre, los familiares, los amigos y amigas, los médicos y las enfermeras.

Lógicamente, la más afectada es la mujer que abortó.

Independientemente de las razones que se dieron, todos llevan en silencio algún tipo de

sufrimiento. Una mujer que fue obligada o que acudió de un modo voluntario a un centro

abortista público o clandestino, luego del aborto tiene la conciencia de que entraron dos vidas y

que apenas salió una. Esta realidad le acompaña durante toda su vida, aunque trate de disimular o

negar ante sí y las demás personas.

La Federación Internacional de Planificación de la Familia (IPPF por sus siglas en inglés), que es

la que más promueve el aborto “legal y seguro” y la campaña de distribución de los llamados

“anticonceptivos y preservativos”; reconoce que más del 91% de las mujeres que han abortado

sufren el “trauma” del post-aborto.

Los testimonios de las mujeres que han abortado, sin tener en cuenta su posición ética o

religiosa, coinciden en que los trastornos físicos y psíquicos son enormes. Muchas mujeres se

quedan estériles; otras sufren de insomnio, depresión, ansiedad, baja autoestima y de frecuentes

intentos de suicidio. Algunas, para aliviar su dolor, se dedican al consumo de alcohol o droga y,

unas cuantas, a la promiscuidad. Algo parecido sucede con las personas que han participado

directa o indirectamente en el aborto.

Pero no todo está perdido. Es posible recuperar la dignidad, la paz y la alegría. Para ello, es

necesario iniciar un proceso de sanación, que permite reconocer la gravedad del hecho y una

salida libre de condena. Un proceso en el que la mujer descubre que su hijo o hija que no nació

vive en Dios.

En la Iglesia Católica, existen estos espacios de acogida y acompañamiento psicológico y

espiritual. Espacios donde se puede experimentar a Jesús, el buen samaritano, que se acerca con

delicadeza para curar las heridas con el aceite de la misericordia y el vino del perdón (cfr. Lc 10,

34); y que nuevamente dice: “Yo tampoco te condeno, vete y no peques más” (Jn 8, 11).

Es a partir de este encuentro profundo con el Señor que las personas involucradas en un aborto

redescubren el sentido de sus vidas y se comprometen también a amar y a defender la vida con

toda su pasión.

¡Seamos la voz de los sin voz!

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