miércoles, 10 de octubre de 2018

Los niños ayudan a los adultos a crecer


Es una perogrullada decir que los niños necesitan a los adultos para que los ayuden a crecer. Es, sin embargo, menos sabido pero igualmente cierto que los adultos necesitan a los niños para ayudarles a crecer hasta la plenitud de la madurez. Mientras los niños necesitan ser instruidos sobre la vida en todas sus múltiples manifestaciones, satisfaciendo así su sentido natural del asombro y su voraz apetito de conocimiento, los adultos necesitan las responsabilidades vinculadas a la educación de los hijos para ayudarles a madurar en la plenitud del amor a la que están llamados.

Todo empieza por el vínculo indisoluble entre el amor y la responsabilidad. Siempre están en unión ontológica y comunión mística. No puedes tener realmente uno sin tener el otro. De hecho, son una única cosa. Algo que pretenda autodenominarse “amor” y no incluya la responsabilidad que el amor verdadero exige no es realmente amor, sino un impostor que luce un disfraz tragicómico. Esto es así porque el amor consiste siempre en entregarnos a nosotros mismos en sacrificio por el otro. El amor es la aceptación y el hábito de sacrificarse uno mismo, que es otra forma de decir que el amor es la aceptación del sufrimiento. Ser fieles a nuestras responsabilidades consiste en practicar el sacrificio de uno mismo. Es hacer lo que debemos hacer, aun cuando (y especialmente cuando) preferiríamos hacer otra cosa. Y esta es la valiosísima lección que nos enseñan los hijos. Éste es el valiosísimo regalo de aceptar el sufrimiento que comporta la paternidad.

Hay que admitir que muchos padres no asumen la responsabilidad, esto es, el sufrimiento, que exige la educación de los hijos. Les fastidian las exigencias que sus hijos cargan sobre ellos y la forma en la que la paternidad limita lo que ellos consideran su libertad. En la medida en que ese fastidio conduce a comprometer la relación de los padres con sus hijos, rehusando la responsabilidad y rechazando el deber, están dejando pasar la oportunidad que les ofrecen sus hijos de convertirse en los adultos que se supone deben ser.

Por otra parte, hay que entender también que quienes no tienen hijos están tan llamados al amor como quienes los tienen, esto es, se supone que deben sacrificarse a sí mismos por los demás, asumiendo la responsabilidad de aceptar el sufrimiento que exige el amor. En la medida en que vivan su vida en conformidad con la responsabilidad que el amor exige, una responsabilidad que está por encima de cualquier reclamación de derechos, madurarán como adultos hechos y derechos, aun sin el regalo de los hijos. Lo que estoy intentando decir es que los hijos son ese regalo destinado a enseñarnos que el amor y la responsabilidad son una sola cosa. Si se nos ha dado ese regalo, debemos aprender la lección que el regalo trae consigo.

Aprendiendo esta lección, aprendemos que vivir verdaderamente consiste en amar verdaderamente. Y es una vida vivida en el amor la que nos convierte en los adultos que estamos llamados a ser.

En pocas palabras, la mayor parte de nosotros estamos aquí para aprender, mientras que algunos de nosotros estamos aquí para enseñar. La paradoja es que los adultos están aquí para aprender y los niños están aquí para enseñar. Y esta es la razón por la cual la falta de niños en la sociedad conducirá cada vez más a una falta de adultos.

por Joseph Pearce (edit), en Intellectual Takeout, 2018 /ReL., traducción de Carmelo López-Arias

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