miércoles, 13 de junio de 2018

Juntos superamos nuestros propios defectos y ahora somos felices


Testimonio de un esposo que busco ayuda profesional al ver que su familia, aun siendo privilegiada de muchas formas, no era una familia alegre. Cualquier motivo bastaba para instalarse en el mal humor

He decidido aceptar plenamente a mi esposa. Si, a esa mujer que a veces se comporta con cierta inmadurez, con la que llego tarde a los eventos, la que se pasa más de una hora arreglándose o hablando por teléfono y me espera además tras la puerta con el “mazo” de sus correcciones.
También he vuelto al amor sin condiciones por los angelitos que procreamos…
Mas lo cierto es que precisamente esa mujer y esos hijos son los que me ayudaran a crecer en virtudes, lo mismo que yo a ellos. Algo que no lográbamos comprender, pues siendo privilegiados en tantas cosas, no lográbamos preservar las alegrías esenciales de la vida. Cualquier motivo bastaba para instalarnos en el mal humor y permanecer ahí el resto del día.
Yo, aunque quería ayudar, andaba siempre de prisa atendiendo mis “importantes asuntos”  y así, no se puede ser amable con los demás, lo que si conseguía era tratarlos como bobos.
Así que me decidí a pedir consejo profesional en el que esperaba que se me diera  algo así como el paso A, y luego el paso B, para poner las cosas y a los demás en su lugar. Y… ¡oh sorpresa! en vez de ello, se me diagnostico un “falso  orgullo”, y como terapia definitiva “una profunda conversión al amor”.

Iba por lana, y salí trasquilado.
Lo último que se le puede pedir a un soberbio de pura cepa como yo, es que reconozca serlo, y aun aceptándolo,  se enfrenta luego a ese “querer pero no poder”, pues la soberbia es un mal enquistado en lo más profundo del alma que no responde al simple decreto de la voluntad.
Quien dijera lo contrario, lo haría con una falsa humildad, pues todos nacemos con esa enfermedad en el alma que necesita curación mientras vivimos, y que jamás muere del todo. Queremos  olvidar resentimientos pero no podemos, perdonar agravios sin lograr olvidarlos; ser más pacientes, tolerantes, y caemos en actitudes iracundas por cualquier cosa.

Hace falta más que el simple deseo
Así que siguiendo consejo hice una reunión familiar, en la que  propuse a mi esposa y a mis hijos ayudarnos a superar defectos manifiestos como: contestar de mala manera, ver mucha televisión, no despegar los ojos del celular o negarse a lavar  los platos. Solo por mencionar algunos.
Yo por delante claro, pero… ¿cómo aprender a poner la otra mejilla después dejar crecer tanto tiempo mi defecto?
Por eso pedí apoyo a mi esposa para que, considerando mi vulnerabilidad, me corrija lo necesario, así como esforzarnos en mejorar en armonía para que desde su firmeza dobleguemos con amor las resistencias de nuestros hijos.
No ha sido fácil, pero vamos ganando terreno atendiendo dos condiciones importantes:

La primera: Desarrollar tres importantes apoyos: Buena voluntad (querer), formación en virtudes (saber), y salud psíquica: salvando altibajos emocionales (poder). Son los tres escalones hacia la superación.
Era  entonces necesario hacer propósitos concretos, para superar un defecto concreto en la convivencia diaria. Un ejemplo: Proponernos comer todos juntos lo más posible; establecer un horario para ciertas actividades y tratar de seguirlo con buen voluntad (querer); paciencia, prudencia y buenos modales en la convivencia (saber);  charla amena y cero comentarios conflictivos cuidando nuestras emociones (poder).
De igual manera retomar la importancia de las fiestas y tradiciones familiares (pedir y dar “la bendición”, por ejemplo), divertirnos juntos en la medida de lo posible, discutir sin apasionamientos, ser más solidarios… entre otros.

La segunda: Todos los cambios que vayamos logrando deben pasar por la purificación del corazón, lo que significa buscar siempre, por amor, la buena intención en todos los propósitos. Que no brote el falso orgullo de sentirnos mejores que los demás, el pensar que ya se ha superado para siempre determinado defecto o limitación.
No olvidar que hoy por hoy estamos bajo el mismo techo, pero que el ciclo de la vida hará que formen sus propias familias, y que aprender  a  amar cada vez más y mejor es el camino para una vida lograda, ya que nada nos proporciona  tanta felicidad como el amor de alta calidad.
A reconocer siempre que así como la densidad del aire  permite a las aves poder volar al desplegar sus alas, así, el proceso de superación de los defectos propios y los de los demás, nos permiten desarrollar virtudes que mejoran nuestra naturaleza permitiéndonos elevarnos como personas.
Es así que, por ejemplo,  la fortaleza de una esposa puede convenir a un marido que tiene altibajos emocionales en un ser más ecuánime. El detectar a la luz de la caridad (amor al prójimo), los defectos muchas veces inconscientes de aquellos con los que  se convive, puede ayudarnos a ser menos rencorosos o a tener más paciencia con ellos, ayudarnos a crecer en humildad, a  hacernos suplir lo que a ellos falta de madurez.

por O. Astorga  (edit.)/ Alet. 2018

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