martes, 24 de abril de 2018

Esclavos invisibles


Hoy, son millones los niños que trabajan, sin salario, y expuestos de una forma exponencial a la violencia, la explotación y los malos tratos.

Cada 16 de abril, desde hace veintitrés años, se celebra el Día Mundial contra la Esclavitud Infantil. De este modo, y con el objetivo de sacudir nuestras conciencias para movilizarnos a efectuar algún tipo de acción que contribuya a la eliminación de esta terrible lacra social, honramos la memoria del pequeño paquistaní Iqbal Masih, asesinado en esa misma fecha de 1995, cuando sólo tenía doce años. Iqbal había sido vendido por su padre a los cuatro años de edad, para saldar una deuda que había contraído con un fabricante de alfombras, tras haberle pedido un préstamo para celebrar la boda de su hijo mayor. Por ello, el pequeño debía trabajar interminables jornadas de doce horas, trenzando alfombras con sus pequeñas manos, por una rupia al día. Parece que su vida cambió al cumplir diez años, cuando pudo conseguir la libertad a través de una campaña del Frente de Liberación del Trabajo Forzado, convirtiéndose en un activo luchador contra la esclavitud infantil. Sin embargo, poco tiempo después, con doce años, murió asesinado.

El caso del pequeño Iqbal no es desgraciadamente un hecho aislado. En la actualidad se calcula que unos 400 millones de menores en todo el mundo son esclavos. UNICEF (institución contradictoria donde las haya, pues también apoya el aborto y la ideología de género), advierte que la explotación, la violencia y el abuso provienen frecuentemente de personas cercanas al niño, incluyendo a sus propios padres, familiares, cuidadores, maestros, autoridades e incluso, otros niños.

Además, se estima que 246 millones de niños y niñas en el mundo son víctimas del trabajo infantil y, de ellos,  cerca del 70 por ciento (unos 171 millones) trabajan en condiciones peligrosas, en sectores como la minería o la agricultura, sometidos sin ningún tipo de control al contacto con productos químicos y pesticidas o al manejo de maquinaria peligrosa.

Hoy, son millones las niñas que trabajan como asistentas y sirvientas domésticas, sin salario y expuestas de una forma exponencial a la violencia, la explotación y los malos tratos. Circunstancias gravísimas que convierten en víctimas a millones de niños y niñas. Algunos informes internacionales hablan de cifras terribles como, 1,2 millones de víctimas de trata; 5,7 millones de víctimas de la servidumbre por deuda u otras formas de esclavitud; 1,8 millones de víctimas de la prostitución o la pornografía; o 300.000 pequeños reclutados como niños soldados en los conflictos armados.

Si el caso de la explotación en el trabajo es una auténtica tragedia, imagínense el caso de los niños soldados, que cada día juegan con fuego real, asesinando y siendo asesinados, utilizados como escudos humanos,  o como detectores de explosivos en campos de minas.

La esclavitud sexual es otra guerra menos sangrienta pero igual de dramática ya que supone la tortura física y psicológica, prolongada cruelmente en el tiempo, de niños y niñas que deberían estar ocupados en aprender y en jugar y, sin embargo, se convierten en auténticos muñecos rotos, a manos de seres sin escrúpulos que no se merecen el calificativo de humanos.

Estos niños y niñas, se hallan en todas partes pero parece que nadie les ve. Son esclavos invisibles. No solo porque trabajan ocultos entre las sombras de las minas, los talleres o las plantaciones, sino porque los demás parecemos no querer verlos.  Se trata de una realidad terrible pero poco visibilizada, porque tal vez, resulta menos doloroso o más cómodo mirar hacia otro lado.  Sin embargo, sabemos que eso no es lo justo, más bien todo lo contario, es indispensable que desde los distintos países nos pongamos a trabajar sin descanso para combatir una lacra impropia de seres humanos.

Debemos unir sinergias y acometer campañas de sensibilización, para desde los distintos ámbitos de competencia, poder regular el trabajo en los ámbitos donde se desarrolla la esclavitud, concienciando y cooperando con las propias familias, modificando sus patrones sociales y culturales de aceptación y tolerancia hacia la explotación y la violencia, impulsando el desarrollo de canales para la identificación, atención y prevención y, de forma absolutamente imprescindible, facilitado el acceso de los niños a la educación. La educación de los niños, de las familias y de las sociedades es la piedra angular para propiciar el camino hacia la erradicación de la explotación infantil.

Está en nuestras manos y sobre nuestras conciencias, la liberación del sufrimiento de niños que deben ser niños. No esclavos, ni soldados, ni objetos… Hagamos, entre todos, visible lo invisible y miremos de frente la violencia. Es el único camino para terminar con ella.

Borja Gutiérrez / Gta. 2018

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