martes, 24 de abril de 2018

El utilitarismo como la única justificación posible de la homosexualidad y del llamado "matrimonio homosexual"



He podido percibir que el tipo de defensa que se hace del llamado matrimonio homosexual está conectado con el uso de estadísticas “científicas” relativas a los supuestos efectos futuros de vivir en castidad si se tiene una inclinación homosexual; o para los niños criados por parejas homosexuales. Si uno reflexiona detenidamente sobre este modo de razonar, puede percibir que se está elaborando un discurso ético utilitarista. El punto crucial sería determinar las consecuencias de un curso de acción u otro, consecuencias medidas con el cálculo utilitario.

Esta línea argumental tiene tres problemas básicos. El primero es que el utilitarismo es una doctrina ética insostenible. Aún sus entusiastas defensores se dan cuenta de que ése es el caso, y a regañadientes intentan buscar un complemento o un sustituto.

Un ejemplo magnífico de este estado mental nos lo dio H. L. A. Hart en su conferencia, “Entre utilidad y derechos”, que fue publicada por la Universidad de Externado de Colombia. Dice allí Hart, entre otras cosas, que “en la perspectiva del utilitarismo los individuos separados no son intrínsecamente importantes, sino que son únicamente importantes como puntos en los que se localizan fragmentos de lo que es importante. Esto es el agregado total de placer o felicidad”. Además, “el utilitarismo no es como se ha dicho, una doctrina individualista e igualitaria, aunque en cierto sentido trate a las personas con igual valor. Aunque en efecto, trata a las personas como si no tuvieran valor, ya que para el utilitarista no son las personas, sino las experiencias de placer, satisfacción o felicidad los únicos factores de importancia o de valor. Desde luego es cierto y de mucha importancia que de acuerdo con la máxima utilitarista todos deban contar como uno, nadie por más de uno, siempre que en la aplicación del cálculo de la mayor felicidad se otorgue igual peso a los mismos placeres y aflicciones, satisfacciones o preferencias de diferentes individuos, pero como quiera que el utilitarismo no tiene una preocupación directa o intrínseca por los niveles relativos de bienestar total disfrutados por diferentes personas, sino apenas una preocupación instrumental, su forma para dar igual consideración y respeto a las personas englobadas en la máxima, todos deben contar por uno, nadie por más de uno solo, puede dar licencia a las más crasas formas de desigualdad en el trato de los individuos si ello fuera requerido con el objeto de maximizar el bienestar agregado”.

Y, por si fuera poco lo ya dicho, añade: “la crítica moderna al utilitarismo afirma que, según los criterios utilitaristas, no hay nada evidentemente valioso o imperativo en sí mismo, pues el mero incremento de los totales de placer y felicidad es el objetivo moral, abstraído de toda cuestión de distribución. La suma colectiva de los placeres de diferentes personas o el balance neto del total de felicidad de diferentes personas, suponiendo que tenga sentido hablar de una adición de éstas, no es en sí mismo un placer o una felicidad que alguien experimente. La sociedad no es un individuo que experimente los placeres colectivos agregados o aflicciones de sus miembros, ninguna persona experimenta tal agregado”.

En la última crítica hay un aspecto sobre el que Hart no se detiene, pero que posee capital importancia: en el utilitarismo nada se considera intrínsecamente valioso ni imperativo. Si aplicáramos la “ética” utilitarista se podría argumentar sobre lo provechoso que sería matar a todos los niños minusválidos, y se podría hacer sobre bases “científicas”. Pongo “ética” entre comillas porque el cálculo utilitario, en realidad, pretende ser una técnica: no es un razonamiento prudencial, en realidad.

El segundo problema está íntimamente conectado con el anterior, pero no es igual. La prédica que justifica la homosexualidad y el “matrimonio” homosexual se olvida de que el orden racional de la pasión sexual está indisolublemente ligado al orden a su fin natural.

Pero esto significa que la relación amorosa homosexual no puede ser una relación ordenada. En esto se asemeja a la relación adulterina o a la relación conyugal anti-natural. En esa relación se trata a la otra persona como un objeto de placer. Hay un vicio radical que no puede sanarse ni con tres millones de auto-engaños basados en el cálculo utilitario.

El tercer problema tiene que ver con que, en realidad, las “ciencias” que se usan para justificar las relaciones homosexuales, etc., son las llamadas “ciencias sociales”. En realidad, ellas no son “ciencias”, como he mostrado en otros escritos.

 No lo son si se entiende la ciencia como un conocimiento cierto por las causas ni si se entiende como una parte de la ciencia el formular hipótesis que salven los fenómenos y que puedan ser falsadas con experimentos que puedan repetirse en cualquier lugar. Toda afirmación de las “ciencias sociales” es una afirmación histórica o sofística. Pero si es histórica, hereda todos los problemas epistemológicos de la historiografía. Esto quiere decir que, por ejemplo, necesita criterios de relevancia para seleccionar sus datos, pues de otro modo los datos serían infinitos. Y necesita también criterios de credibilidad o de plausibilidad, etc. Ahora bien, en la historiografía, esos criterios pueden ser fruto de una investigación o de una opción sofística o ideológica. Si son fruto de una investigación, presuponen una vez elegidos una filosofía política y teológica. Pero, entonces, en el mejor de los casos, las estadísticas que justifican las uniones homosexuales serían una confirmación utilitarista de una filosofía utilitarista de base. Como, en realidad, la filosofía utilitarista es una ideología, esas estadísticas son expresión de una ideología.

¿Por qué digo que la filosofía utilitarista es una ideología? Una breve reflexión muestra esto bien: en el utilitarismo se presupone que cada hombre busca su propio placer. Pero, como esto no puede dar lugar a un orden de ningún tipo, el “sabio” utilitarista tiene que diseñar ese orden, aplicando el principio de utilidad (el mayor placer para el mayor número). Y, de este modo, el sabio utilitarista se presenta a sí mismo como un dios que trae el orden al material neutro que son los seres humanos, como el señor Ford en Brave New World.

En realidad, entre las tres más grandes teorías éticas, la kantiana, la utilitarista y la platónico-aristotélica, no tengo dudas de que la que mejor resuelve los problemas es la de origen griego. Pero en la ética kantiana también se rechaza la homosexualidad. No hay justificación ética posible, entonces, aparte de la utilitarista, para esta conducta. Pero hemos visto que el utilitarismo es una ideología. Es indudable, entonces, que todo el movimiento que intenta imponernos la homosexualidad como algo bueno es ideológico.

Dr. Carlos Augusto Casanova (abogado, doctor en Filosofía, académico )/ 2018

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