jueves, 11 de mayo de 2017

Fue perdonado y liberado


Kevin Botello Acuña es un joven colombiano que comparte con su hermano la cama donde duermen y agradecen tener al menos una comida al día. Aunque pobre, mantiene viva la esperanza en que Dios de alguna forma le ayudará para lograr romper el estigma del abandono social. Con 17 años de edad anhela ingresar en la universidad y casarse algún día, manteniéndose firme en su actual opción de castidad hasta el matrimonio.

 Esta vida entregada a Dios, orante, devoto, prestando servicio animando con su voz, las eucaristías en su parroquia, es  la vida buena que ha conocido tras una dura batalla. Siendo apenas un adolescente Kevin se dejó, conscientemente, seducir por “el demonio”, según él mismo lo cuenta, en una terraza de su natal Arauca…

Es esta una localidad de Colombia, limítrofe con Venezuela, que ha sido fuertemente golpeada por la violencia de grupos armados ilegales  y  declarada zona de concentración guerrillera. Al verlo en la parroquia, alabando a Dios con su canto, pocos podrían suponer su pasado con las drogas, el alcohol, prostituyéndose y delinquiendo, para tener el dinero que le permitía seguir “esclavizado en los vicios”, nos confidencia.

La inocencia perdida
 Creció en una familia católica y mantiene vivo el recuerdo de cuando… “mi papá me llevaba desde muy pequeño, en los brazos, a la iglesia”, dice, honrando la herencia espiritual de su progenitor. Fue normal entonces que Kevin, siendo apenas un niño que comenzaba a ir al colegio, ayudara como monaguillo al padre Omar, párroco de la iglesia  María Auxiliadora. Teniendo la confianza y cariño del sacerdote, a sus 14 años de edad, la comunidad lo dejó a cargo de recolectar las ofrendas en la iglesia. El padre Omar jamás imaginó que esta responsabilidad sería la puerta que “el maligno” usaría para tentar al niño. “El 50 % de las ofrendas yo las tomaba, entraba a la habitación del padre y sin que él se diera cuenta, lo hurtaba de una manera increíble para luego malgastar el dinero” reconoce Kevin.

 Al descubrirse los continuos hurtos, el sacerdote muy triste, tuvo que expulsarlo de la parroquia… Kevin, lejos de caer derrumbado por la situación, se dejó llevar, silenciando su conciencia. “Conocí a una persona mayor que me llevó por el camino del alcohol, el vicio y el robo”, recuerda. Evita “por respeto”, dice, dar cualquier nombre de terceros involucrados en esta etapa de su vida...

 Esclavo de sus pasiones, pronto ya no sólo hurtaba el dinero de la colecta (en otros templos), sino que también asaltaba a personas más débiles que él. “Atraqué a una viejita que iba sola, una noche en el barrio Los Fundadores; la amenacé con un arma blanca y le quité su monedero en el cual solo habían lo equivalente a dos dólares  y un celular de los más económicos” recuerda Kevin con los ojos húmedos, avergonzado.

La prostitución y el caos
Su apego al dinero que rápido llegaba y rápido gastaba, se fusionaba con las oportunidades que, sin ser entonces consciente, señala, el  demonio  ponía en su camino. Se dejó llevar sin pensar en las consecuencias. “Empecé a tener relaciones sexuales con homosexuales, no por placer, sino por dinero”, nos cuenta y agrega una reflexión sobre aquél sórdido ambiente que en algún grado se vio forzado a vivir… “Al compartir con ellos todo ese tiempo y tras conocer sus experiencias, creo que los homosexuales no nacen, sino que se hacen por varias causas, pero la mayor es por placer… conocí el caso de hombres que tenían muchas mujeres, entonces estaban con una, una  semana, y luego se cambiaban con la otra;  prácticamente ellos empezaron a hastiarse de las mujeres y empezaron a buscar conductas completamente desviadas, ellos sentían nuevos placeres en eso. Tenían mujer,  tenían hijos pero me decían: -No Kevin es que yo siento placer en esto, yo como que me siento libre asi. A muchos les preguntaba si de siempre habían sentido eso y me decían que no, que con el tiempo se volvieron asi”.

La suma de actos errados cometidos por Kevin también implicó que tuviera enemigos, e incluso ser amenazado de muerte. Su madre intervino entonces enviándolo por varios meses a una finca donde siempre por las tardes, dice, recordaba cómo su padre allá, en Arauca se aproximaba a la cama, donde él yacía borracho tras llegar de madrugada, orando para que él dejara los vicios. Ese recuerdo le apretaba el alma. Se cuestionaba Kevin…

 “Pero el maligno es muy astuto e intenta maquillar el mal con lo bueno. Luego pensaba que lo hecho estaba bien porque con la plata  que ganaba a veces con los gays o robando, cierta parte la compartía con mi papá. No me daba cuenta que estaba enviando mi alma a la condenación eterna”.

La medalla de “la Milagrosa”
A su regreso de la finca y tras un nuevo tropiezo, Kevin comprendería que el poder de Dios se manifiesta  en la misericordia. Su madre lo había consagrado a la Santísima Virgen María desde que lo llevaba en el vientre y como un recuerdo de este acto de amor, había comprado una cadenita de plata con la medalla de “La Milagrosa”, que guardaba para entregársela algún día. Ella nunca había contado a su hijo de este evento espiritual realizado por amor a él…

 “Esa cadenita con la Virgen yo se la robé y la vendí”, nos cuenta Kevin; y se le quiebra la voz llorando por su falta de antaño.  Su madre -dice el joven-, sin enojos, sólo le suplicaba por saber en qué lugar la había vendido. “Quería recuperarla”. Finalmente Kevin cedió. “Cuando mi madre llegó con la cadena se postró y llorando me narró el por qué era tan importante esa medallita con su cadena. En ese momento sentí una mano suave que pasó por mis ojos y me quitó la venda que tenía, me hizo ver cómo había destruido a mi familia y mi propia alma”, señala con voz pausada.

Rescatado para Dios
Esa misma mañana se fue a la iglesia  María Auxiliadora, recuerda. Postrado ante el Señor, en el Santísimo, suplicó ayuda… “cambiar mi vida”. Luego llegó al despacho del padre Omar “y llorando le pedí perdón, le conté todo lo que había pasado, él también llorando me abrazó y me dijo: tranquilo Dios está ahí para levantarte de nuevo; y me dio la oportunidad de volver a ayudar en la parroquia” recuerda Kevin.

 Reconciliado luego sacramentalmente, este hijo pródigo tuvo la gracia de la esperanza al descubrir y poner al servicio de la Iglesia un talento que Dios le ha dado… su calidad vocal y aptitudes para la música. Alabando con su canto al Santísimo y ante la imagen de la Virgen, Kevin ha ido sanando sus heridas “La música es como un salvavidas que Dios colocó en mi vida”, reconoce.

 Hoy su anhelo es tener la oportunidad de ir a la Universidad, acceder a un trabajo, casarse algún día y formar familia. Para lograrlo dice, “le pido a Dios que me dé la gracia de mantenerme fiel. Yo por mi parte estoy pendiente de la Eucaristía diaria, la lectura de la Biblia, rezar el Rosario en familia y servir al Señor con el carisma que Él me ha regalado, con el don de la música y el don del canto”.

Ana Beatriz Becerra / Ptz., 2017

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