martes, 3 de junio de 2014

El hombre-padre



    Recuerdo la repercusión que hace no muchos años tuvo un discurso del ex-presidente francés Nicolás Sarkozy sobre el famoso mayo del 68: “El 68 nos ha impuesto el relativismo intelectual y moral. Es el culpable del capitalismo sin escrúpulos y de la destrucción de la ética. Propongo a los franceses acabar con los comportamientos e ideas del 68”. La verdad es que esa revolución de mayo del 68 supuso una auténtica transmutación en el terreno de la sexualidad: muchos de aquellos “niños de las flores”, años después, se han visto envueltos en la cultura del divorcio y del aborto.

En 2008 el psiquiatra y sacerdote francés Tony Anatrella publicó un libro titulado “La diferencia prohibida: sexualidad, educación y violencia. La herencia de mayo de 1968” en el que analiza las consecuencias de aquella revolución: rechazo de la función del padre, insuficiencia de la relación educativa, interioridad desestructurada, etc. Quedémonos con la primera de las cuestiones: la devaluación de la figura del padre en la familia actual.


En efecto, asistimos en estos momentos a una hipervaloración de la figura de la madre. Es cierto que ésta es una fuente genuina de estabilidad para los hijos, pero la relación madre-hijo necesita complementarse con el rol del padre. Puede entenderse que esta valoración no sea compartida por los defensores de la “ideología de género”, tan en boga en estos momentos, pero las ideologías no cambian la naturaleza de las cosas…, y un niño necesita al padre y a la madre en su desarrollo psicosocial.

¿Por qué entonces se ha impuesto en nuestra sociedad esta idea nociva de expulsión del padre? Desde algunas instancias se tiende a divulgar la imagen del padre como alguien sencillamente incompetente, imagen sostenida muchas veces por los estereotipos que imponen los medios de comunicación y la “corrección política”. “Así, en la mayor parte de los guiones de las series televisivas, es presentado como incapaz de situarse en la relación educativa, de ocuparse de adolescentes, menos todavía de proclamar las exigencias necesarias a la vida en sociedad, incluso de reprender cuando es necesario”, dice nuestro autor. Algunos hombres, influidos por este estado de cosas, llegan a identificarse con “el modelo de ‘papás gallinas’, es decir, no un padre, sino más bien un hermano mayor o un tío”.

La confusión entre el acto de procrear y el ser madre ha contribuido también a explicar la ausencia del padre. Para nuestro autor, esta confusión “remite al fantasma femenino de la partenogénesis (es decir, de la fecundación sin macho). La sociedad ha confirmado demasiado fácilmente este fantasma acreditando la idea de que, al no concernir la procreación y la maternidad, más que a la mujer, ésta puede educar a un hijo sin padre”. Esta idea de que la mujer controla sin ayuda de nadie el proceso procreativo se ha visto aupada por la generalización de la mentalidad anticonceptiva y del aborto. Razón por la cual, particularmente en ambientes que defienden la “cultura de la muerte” en palabras de Juan Pablo II, se repite como un mantra eso de que “mi cuerpo me pertenece” (véase pro-abortistas en sus “festivas” manifestaciones callejeras) que tiene como consecuencia este otro: “la procreación me pertenece”, lo cual es un sinsentido: “Si la maternidad concierne a la mujer, la procreación es compartida por el hombre y la mujer: no es sólo competencia de la mujer”, concluye Anatrella.

Al hilo de lo expuesto, hay que decir que Occidente ha contribuido, a base de una legislación inspirada por la ideología de género, a reforzar la concepción de que el padre debe ser excluido de la procreación, lo cual sucede cada vez que se dictan leyes pensando únicamente en la madre. El ejemplo que describe en su libro el escritor Tony Anatrella es el de las leyes francesas que, en caso de ruptura del matrimonio, hacen depender los derechos del padre, de las buenas o malas relaciones que tenga con la madre. Algo parecido cabe decir de las decisiones judiciales que, de forma sistemática, confían la custodia del hijo a la madre.

Ahora bien, lo más grave de esta situación es que, al prescindir del padre, se inflige un daño al hijo creándole a veces traumas perfectamente evitables: “¿No se ha creado, al privilegiar los derechos de la madre, una doble categoría de excluidos, por una parte los padres biológicos rechazados, por otra los hijos, propuestos a un padre de sustitución tras otro, o incluso confiados a terceros especializados, ‘hijos-objeto’, ‘hijos-capricho’, ‘hijos-prótesis’, que se ofrecen como valedores?”. En efecto, el hecho de que el padre sea excluido trae como consecuencia efectos negativos en el desarrollo de los niños. Nuestro autor cita algunos estudios realizados en Norteamérica según los cuales un niño tiene seis veces más riesgo de crecer en la pobreza y dos veces más de abandonar el colegio si ha sido educado sólo por la madre que si pertenece a una familia constituida por un padre y una madre, capaces los dos de ofrecerle puntos de referencia completos que le permitan un desarrollo psicosocial estable y sin saltos. Otro efecto terrible de la ausencia del padre es el incremento de los comportamientos violentos en el niño. En efecto, al no aceptar lo real, por falta del sentido de los límites que debería inculcar el padre junto la madre, los niños tienden a rebelarse y aparecen los indeseados actos violentos tanto dentro como fuera del ámbito familiar; una agresividad que, con harta frecuencia, acaba en autodestrucción.

De ahí que debamos hacernos una pregunta básica si lo que queremos es enmendar esta situación preocupante. Para Anatrella, el problema de la ausencia del hombre-padre se encuentra ligado a otro más general: la cuestión deldesmantelamiento de la familia constituida por un padre y una madre con hijos; la familia que algunos llaman “tradicional” tratando de dar a ese adjetivo un tinte peyorativo. “La familia se rompe, en efecto, sobre todo bajo la presión de la pareja actual en la que los individuos, en cuanto tales, no buscan más que su beneficio a través del otro. Se rompe también porque, muy a menudo, omite su papel educativo”.

El descenso del número de matrimonios (canónicos y civiles), la proliferación de las uniones de hecho, la baja fecundidad y la lacra del divorcio son, entre otros, signos evidentes de la crisis por la que atraviesa la familia en el momento presente, una crisis que tiene como causa la concepción sesgada que muchos tienen de ella. De ahí que, según nuestro autor, para revalorizar la figura del padre es preciso recuperar el sentido genuino de la familia. Además, es necesario afirmar que padre y madre son igualmente necesarios y complementarios, que ninguno de los dos es más que el otro y que ninguno de ellos es sustituible por el otro. También es importante formar a niños y jóvenes para ser futuros padres, cosa que no se está haciendo.

En definitiva, cuando la ideología de género trata de explicar equivocadamente, que las diferencias entre el hombre y la mujer son sólo de tipo cultural y que ambos carecen de cualquier tipo de diferenciación, lo que se pretende es eliminar de golpe toda la riqueza que aporta la diversidad y la complementariedad, porque si el otro es igual que yo, quiere decir que no me aporta nada. Y es que gran parte de nuestro enriquecimiento personal se basa en la ayuda y complementariedad del otro.


Gabriel-Ángel Rodríguez Millán

Vicario General de Osma Soria, Esp.

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