jueves, 2 de agosto de 2018

La amarga verdad sobre el feminismo


Cuando le digo a la gente que soy una ex feminista, algunos parecen en shock y ofendidos, como si yo estuviera diciendo que el mundo no es esférico. Otros, ponen cara de felicidad, como si estuvieran pensando: “¡Oh, qué maravilloso que alguien más se sienta igual que yo!”

Ciertamente no estoy en contra de que las mujeres vayan a la universidad, tampoco pienso que se les deba prohibir perseguir sus sueños, ya sea la maternidad, medicina o meteorología. Como alguien que ha vivido como feminista durante muchos años, puedo testificar que dar a las mujeres mejor acceso a la educación y a carreras universitarias es simplemente la mera punta del iceberg. Si uno va a lo más profundo, se encontrará con una enorme variedad de mentiras.

Me tomó muchos años descubrir la primera mentira. Aunque había sido criada en una casa seria y con principios católicos, durante mi primer año en la universidad abandoné la Fe así como también mis principios morales. Para el momento en que alcancé la graduación, el movimiento “Women´s Liberation Movement” estaba  creciendo  estrepitosamente por todo el campus, y uno de los gritos de marcha era “amor libre”. Este dicho no tenía nada que ver con la realidad de la conducta, que involucraba participar en sexo sin amor con extraños, como si fuese una actividad ordinaria cualquiera.

Como una feminista incipiente, compré la errónea noción de que el sexo casual no causaba ningún daño a los hombres, por lo que debería pasar lo mismo con las mujeres. Después de todo, la intención de las feministas era nivelar el campo de juego entre hombre/mujer, que significaba desmantelar tradiciones como el casamiento y el compromiso, y, en el proceso, alentar a las mujeres a imitar las conductas masculinas.

Fue emocionalmente doloroso ganar intimidad con hombres de los que no conocía casi nada, y tratar de pretender que no esperaba que saliera de ello alguna relación– o por lo menos una cita más- pero me aseguré a mí misma que mis emociones cambiarían eventualmente. A pesar de que mis amigas y yo terminábamos siempre con el corazón roto, no llegamos a la obvia conclusión que era que el feminismo estaba equivocado.

Las mujeres han sido creadas por Dios para unir el sexo con el compromiso y el amor, ya que sabemos, en el fondo de nuestros corazones, que un bebé es el propósito obvio de la intimidad sexual. Como yo era tan inocente para descubrir la mentira, concluí que tenía que experimentar una vez más y que eventualmente terminaría de conseguir la verdadera “liberación”.

También había sido atrapada en la red de la segunda gran mentira del feminismo, que viene directamente de la primera. Las feministas saben muy bien que el sexo casual lleva al embarazo, incluso cuando una pareja está usando métodos anticonceptivos. No existe ningún aparato o químico que pueda garantizar completamente que del sexo no resulte un embarazo.

Las feministas, sin embargo, no ven este hecho obvio como una buena razón para evitar el sexo prematrimonial. En cambio, en su continuo intento de romper la relación entre el sexo y los bebés, proponen otra “solución”, una que ha llevado a la muerte de millones de inocentes desde que se legalizó el aborto.

Trágicamente, yo fui una de las mujeres que cayó en este engaño. Verdaderamente pienso que la libertad de la mujer de perseguir una buena educación o alguna carrera universitaria, terminó con el derecho de vivir de un inocente bebé.  Por consiguiente, cuando me encontré embarazada y sin estar casada, elegí lo que pensé que sería una simple solución. En todos los artículos feministas que leí cuidadosamente – y había bastante pocos- no había ninguna mención acerca de las repercusiones emocionales que tan frecuentemente resultan cuando una mujer aborta.

Hice la cita en una clínica feminista, entré, y firmé los papeles. En mi mente, lo que iba a pasar sería como la extracción de un diente. Lo que no sabía era que estaba a punto de experimentar la primera grieta en mi armadura feminista, porque el “procedimiento”, así me refería al aborto, era terriblemente doloroso, tanto física como emocionalmente.

En verdad, cuando me fui de la clínica ese día, tuve una sensación de alivio, porque el problema “inmediato” había terminado. Lo que no sabía era que enfrentaría muchos años de problemas mucho más serios, ya que mis emociones femeninas reaccionaron con horror y arrepentimiento por lo que realmente había sucedido ese día.

Comencé experimentando flashbacks y pesadillas. Si veía algún bebé en un centro comercial sentía lágrimas salir de mis ojos. También me sentía terriblemente sola, porque incluso mis amigas feministas, muchas de las cuales habían pasado por el mismo “procedimiento”, meticulosamente evitaban cualquier mención de sus propios abortos.

A medida que pasaron los años, me fui llenando con un amargo e infinito arrepentimiento. No importaba qué dijeran los eruditos feministas en los artículos escolares,  la verdad del asunto se volvió bastante clara: había tomado un estilo de vida y nunca podría superarlo del todo.

Cuando regresé a la Iglesia Católica a los cuarenta años, finalmente me liberé de mis muchos engaños feministas. Me di cuenta que es imposible decir que uno es pro-mujer, siendo al mismo tiempo anti-bebé. Me di cuenta que en el plan del feminismo, los niños son los perdedores. Y fue a través de un entendimiento maduro del catolicismo que descubrí lo que significa ser pro-mujer de una manera bella y sana.

Observando la figura de María, que mira con amor al Niño Jesús, en sus brazos revela que la verdad triunfa, de una vez por todas, sobre las mentiras del feminismo. Hay una conexión profunda y duradera entre madre e hijo –y quitar un bebé de su madre lleva a resultados devastadores para los dos.

Encontré el perdón a través del sacramento de la Confesión, y finalmente pude experimentar la cura emocional a través de un ministerio católico llamado “Post Abortion Treatment and Healing”. Las profundas cicatrices que me quedaban del feminismo, sin embargo, nunca van a desaparecer completamente.

Si pudiera volver el tiempo atrás, dejaría a ese niño vivir. Como millones de otras mujeres que se arrepienten de haber abortado, yo daría todo por mirar la pequeña cara de mi precioso bebé, que nunca vio la luz del día.

Lorraine Murray (columnista en The Georgia Bulletin / Atlanta, y para The Atlanta Journal-Constitution. Vive en Decatur, y es la autora de “Confessions of an Ex-Feminist” y“TheAbbess of Andalusia: FlanneryO’Connor’s Spiritual Journey”) / InfoV. 2018

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