jueves, 26 de julio de 2018

Feminismo, pornografía y prostitución



Lo concreto de entrada: me refiero al feminismo político que básicamente se inspira en la ideología de género, y busca aplicarla por medio de los poderes públicos, estado, antinomias y poderes locales.
Para este feminismo la pornografía no es objeto de atención, a pesar de que siempre anda a la caza y captura de machismos reales o imaginarios: azafatas en las entregas de premios, publicidad sexista, incluso censuran letras de canciones y exigen el boicot para que no sean usadas en actividades subvencionadas. La censura es general y desaforada en todo. Pero hay una excepción enorme respecto a algo que es machismo obsesivo en estado puro, y sobre lo que se ha dicho poco: la pornografía, es decir, aquella práctica que muestra actividades sexuales de tipo explícito con el objetivo de despertar en el espectador o lector excitación y estimulación sexual.

Su etimología ayuda a precisar más. Viene del griego pornē, cortesana o prostituta, y del sufijo “grafía” del griego graphe que significa describir. Y es que la pornografía tiene como objeto la mujer (con excepción de la dirigida a homosexuales). La mujer es cosificada bajo formas diferentes para excitar sexualmente al hombre. Se construye así un imaginario basado en la desigualdad, la explotación, el castigo, según sea la variante preferida del consumidor. Las redes sociales han elevado a la enésima potencia la disponibilidad de material, su crudeza y violencia, y la impunidad del usuario, imaginaria claro está, porque sus andanzas quedan más registradas que cuando acudía a comprar su revistilla o novela porno. Los grandes hermanos de la red ya saben más de sus gustos que él mismo.

El que sea una práctica orientada a los hombres, no es nada más que una de las diversas diferencias que dentro de la unidad humana existen entre su sexo masculino y femenino. El hombre procesa la información -el estímulo sexual- de forma distinta a la mujer. De aquí que, en sus relaciones, para que sean satisfactorias, deban acoplarse partiendo de ritmos distintos, y ser menos directos e instintivos que los que el varón tendería a seguir, guiado solo por su impulso.

El procesamiento masculino es menos afectivo, más primariamente biológico, más fácil de excitar con cuatro imágenes. La mujer requiere un abordaje del tema más sensual, menos primario, y más erótico que pornográfico. La novela de éxito entre muchas mujeres: “Cincuenta sombras de Grey”, explicita el tipo de material que les puede interesar a aquellas que les complace este tipo de satisfacción, y que tiene poco que ver con el material XXX que constituye, junto con las prostituciones, los grandes mercados donde el hombre es prácticamente el único cliente, y que parecen tener un crecimiento ilimitado. Nunca se encuentra el punto de saturación, ni límites de edad -cada vez son más jóvenes los consumidores-, ni de culturas.

Pero la pornografía construye una forma muy determinada de mirar a la mujer, quien progresivamente deja de ser una persona para convertirse en un objeto portador -digámoslo con elegancia- de caracteres sexuales secundarios. Los comentarios machistas sobre la mujer expresan mentalidades educadas en la pornografía, los adolescentes despiertan su sexualidad con ella y por tanto se “forman” en el machismo. Entonces ¿por qué el feminismo político ha levantado muy poco la bandera contra él? No solo eso, sino que líderes españolas, como Ada Colau que proclama 30 veces por segundo su condición de feminista, lo acoge y lo protege, lo acuna en su gobierno municipal en la ciudad de Barcelona. Se quiere una contradicción mayor: protestas contra determinados  anuncios publicitarios, si, o respecto a chicas modelos, también…, pero pornografía, no, ah, eso no.
Las organizaciones feministas deben explicar las razones de esta rara tolerancia con el mayor negocio del mundo, y el intelectual orgánico (lo de intelectual es una nota poética) que alimenta el peor de los machismos. Si se quiere atajar en serio, empiécese por ahí, a menos que el “machismo” en realidad sea para el feminismo político un trampantojo (técnica pictórica que intenta engañar a la vista),  de su conflicto interminable para conseguir más y más poder y un instrumento más para justificar su guerra contra los hombres.

por Josep Miró i Ardèvol  / ForumL., 2018

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