jueves, 5 de abril de 2018

Un donante de esperma puede llegar a tener una vida muy complicada.


Leíamos sobre un hombre de Chicago, B. Seisler, que hizo numerosas donaciones mientras estudiaba Derecho en la Universidad. Fueron tres años de lo que él ha llamado una "transacción sencilla", y en cada una de ellas ganaba unos 150 dólares. Con esos ingresos extra se permitió una vida de estudiante menos estrecha.
¿Todo podía quedarse ahí? Pasados diez años, aquella actividad le está pasando factura. Hace poco, mientras estaba preparando su boda, se pusieron en contacto con él; una niña que decía ser su hija quería conocerle.
Desde ese descubrimiento, el hombre ha sabido que podría ser padre de 70 criaturas, o quizá más; sus cálculos sin confirmar están en torno a las 120. Se registró en una base de datos que funciona, precisamente, para enlazar a los niños nacidos por inseminación artificial con los donantes y sus posibles medio hermanos. Movido por la curiosidad, accedió a conocer a dos de ellos, una niña de 7 años y su hermano de 4.
Esta experiencia y la de muchos otros hombres que han donado esperma sin pensar en nada más, conforma una nueva figura, que no se corresponde con ninguna tradición familiar. Probablemente ninguno de ellos pensó que de sus donaciones crecerían personas, y que esas personas, alguna vez, iban a querer conocer a su padre biológico.
Otras de las escasas consideraciones que se han tenido, en la época de "euforia" de la inseminación artificial, es la natural curiosidad que ya está surgiendo en esos niños, y en algunos casos adultos: quieren conocer a sus padres, pero también a sus "hermanastros".
Una vez que se produce la toma de contacto, por supuesto, los donantes son libres de elegir en qué grado se implicarán en las vidas de esos niños.

CEST

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