lunes, 26 de marzo de 2018

Anticonceptivos y aborto



Una de las más falaces afirmaciones repetidas por el Nuevo Orden Mundial es la que señala que, a medida que se incrementa el uso de anticonceptivos, desciende el número de abortos. Así, son ingentes los partidos políticos, que llevan en su programa electoral la farisaica propuesta de repartir preservativos, como se reparten caramelos, en aras de disminuir la cantidad de abortos. Simulan, pues, desconocer estudios que prueba que, cuantos más son los condones distribuidos, más son los bebés abortados.

La realidad que se parapeta tras los anticonceptivos es la banalización del sexo, al que sutilmente se despoja de sus dos fundamentos más esenciales: el amor y la procreación. Por un lado, los preservativos – y la filosofía hedonista que subyace tras ellos – contribuyen a que el hombre vea en el sexo, y por tanto en la persona con que se comparte el momento, un mero instrumento de placer; un simple medio para satisfacer instintos. Lo aleja, de este modo, de su más honda atribución, que no es sino reflejar el amor entre dos personas; un amor que se manifiesta en forma de entrega plena al otro. Por otro lado, el condón atenta, de forma si cabe más evidente, contra el que por designio de la misma naturaleza debiera ser pilar irrenunciable del acto sexual: la vida. Un sexo que, por medios artificiales, cierra las puertas a la procreación es un sexo enfermo, cojo, que bien podría asemejarse a una tarta de limón sin base de galleta.

Esta banalización del coito, que se consuma, como hemos dicho, desprendiéndolo de sus atributos más elementales, supone un aumento de las relaciones sexuales, evidentemente. El sexo deja de ser algo único - deja de ser retrato de un sugestivo proyecto de vida común - para tornarse en un hecho tan nimio como la siesta dominical.

El incremento de las relaciones sexuales implica, a su vez, un aumento de los embarazos. No es necesario ser San Agustín para percatarse de esto, y más si se atiende a los continuos “fallos” de los anticonceptivos. Las mujeres encintas y sus parejas, inmersos en un clima social que promueve la irresponsabilidad y que desprecia la vida humana, perciben en el aborto una salida razonable, con el inestimable consejo, por cierto, de médicos que violan sin reparos el juramento hipocrático y de políticos que, desde la comodidad de sus despachos, hacen ingeniería social.

El resultado de este abominable proceso es el sacrificio de millones de seres humanos cada año. No es casual que Planned Parenthood, cuyas arcas se nutren fundamentalmente del ponzoñoso negocio del aborto, inste a las masas a usar preservativos. Los que manejan esta multinacional del mal saben mejor que nadie que, mientras el sexo sea presentado como algo fútil e irrelevante, ellos mantendrán, con salud vigorosa, su negocio.

“No tardará en proclamarse una religión que, a la vez que exalte la lujuria, prohíba la fecundidad” (Gilbert Keith Chesterton)

  Julio Llorente Sanchidrián /Mi Torre de Marfil

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