jueves, 19 de enero de 2017

De las tres condiciones que han de darse en una sociedad para llegar a una ley de eutanasia

  
En tanto una aberración más del sistema, no sorprende mucho que las sociedades contemporáneas supuestamente avanzadas transiten ya por el camino de la eutanasia. Son tantas las cosas aberrantes que estamos haciendo, que ésta apenas se antoja una más. A decir verdad, ni queda mucho lugar para la sorpresa, ni existe ya aberración que escandalice.

            Sin embargo, la implementación de leyes de eutanasia, disfrazadas, eso sí, de “leyes de muerte digna”, como si los 25.000 millones de seres humanos que nos precedieron en la ocupación de este planeta llamado tierra hubieran estado hasta ahora muriendo de manera indigna, me sigue produciendo algo de sorpresa, pues si otras leyes, como por ejemplo las de aborto, son leyes que aplicamos a personas que no pueden defenderse y que en modo alguno pueden aplicarse ya sobre nosotros mismos, la ley de eutanasia es algo que tarde o temprano nos ha de tocar, produciéndonos, según creo, algún que otro perjuicio, ¿o no?

            Así las cosas, me he preguntado cómo puede llegar una sociedad a legislar leyes para matar a sus ciudadanos y que éstos lo acepten de buen grado, y he llegado a la conclusión de que más allá de que la sociedad en cuestión esté enferma, como indudablemente lo está la sociedad occidental contemporánea, para llegar a situación tal hace falta que se den tres condiciones sine qua non.

            La primera es el profundo egoísmo de las personas que componen esa sociedad. Efectivamente, las personas sobre las que se aplica la ley son personas que, por lo general, han pasado ya de esa fase de la vida en la que se aporta para acceder a aquélla en la que se demanda: no sólo los recursos financieros del sistema, al que por cierto dotaron con sus impuestos, sino también el esfuerzo y el tiempo de quienes les rodean, a quienes, por cierto, se lo dieron todo un buen día de su vida. La “desaparición” de esas personas, -para decirlo como es, su “eliminación”-, acaba por resultar muy conveniente para la sociedad y para todos y cada uno de esos de entre sus miembros a los que les toca una carga como la que representa una persona en sus últimos años de vida.

            La segunda es un sentimiento curioso pero inherente al ser humano, esa sensación de que a uno no le va a llegar nunca el turno, y de que la desgracia, y en particular la muerte, no va con uno, es sólo para los demás. De modo que cuantos están a favor de las leyes de eutanasia, y como un subproducto más del egoísmo del que hablábamos en el punto anterior, piensan en todos los problemas de los que se van a desembarazar mediante su aplicación, sin acordarse de que un buen día, el problema del que alguien habrá de desembarazarse será precisamente el que representan ellos. Es un sentimiento igualmente relacionado con el cortoplacismo con el que se vive la vida actual, presente también, por ejemplo, en la economía: hoy se piensa más en el pelotazo que en el trabajo cotidiano a largo plazo, ése que crea empresas de las de “para toda la vida”, un sentimiento que existía en la sociedad hace no tanto tiempo.

            Y la tercera, es la cobardía: la cobardía a enfrentarse, la cobardía a discrepar, la cobardía a oponerse. Una vez que una teoría, la que sea, consigue llevar el viento de cola, -y la de la eutanasia, en este momento, lo lleva-, nadie se enfrenta, nadie se opone, y el miedo que quién está dispuesto a aceptar la implantación de leyes de eutanasia parece no tener a la muerte, sí se lo tiene, en cambio, a la muerte civil en que consiste hoy día oponerse a los dictados de lo políticamente correcto. Por lo mismo que decíamos arriba: la muerte física la entrevemos a largo plazo, como mucho, a medio; la mirada desaprobatoria, el qué dirán, la crítica, la muerte civil en suma, ésa no espera, ésa es para ahora mismo, para ya.

           Parece que en gran parte de Occidente tendremos ley de eutanasia, faltaría más. Un amigo mío dice que la próxima será la ley que apruebe el canibalismo: puede parecer un disparate: más lo parecía, sin embargo, hace treinta años que no existieran dos sexos sino más de treinta, que el de eliminar a su hijo dentro de su propio vientre fuera nada menos que un derecho de la madre, o que estuviéramos aprobando leyes para matar personas que ni siquiera son culpables de delito alguno, y hoy, sin embargo, forman parte de nuestra más cotidiana realidad. ¡Qué le queda ya por hacer a esta sociedad instalada en la aberración!

            Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Y no se dejen Vds. engañar: no ha hecho falta que llegue ningún partido político  para que empecemos a morir dignamente: eso lo hemos hecho durante toda la historia. Matar es indigno, morir es una de las más dignas acciones del ser humano: y la más democrática de todas, por cierto, que todavía no se conoce a nadie tan aristocrático como para haberse librado de hacerlo.
 

Luis Antequera/ReL 

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